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Las cunetas de Irlanda del Norte

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El periodista estadounidense Patrick Radden Keefe ha escrito el mejor libro sobre el terrorismo en Irlanda del Norte. Su libro No digas nada es un ejemplo de cómo el periodismo narrativo puede convertir la Historia en un producto atractivo. Usa como hilo conductor el secuestro y asesinato de una madre de diez hijos, Jean McConville, que fue acusada por el IRA de pasar información a los británicos. Un día entraron en su casa varios hombres, la metieron en un coche y nunca más se supo. Sus diez hijos, que entonces eran muy pequeños, se quedaron toda una vida esperando, martirizados por la incertidumbre. Como dijo el escritor Ariel Dorfman, «no se puede llevar luto por alguien que no ha muerto». Keefe ha logrado resolver este enigma casi 50 años después de los hechos. Lo cuenta en el último capítulo.

El libro revela también las historias humanas de los Troubles, el peor momento del conflicto, que convirtió Irlanda el Norte en una zona de guerra con 3.500 muertos. Cuando llegó el proceso de paz en 1998, los gobiernos del Reino Unido e Irlanda crearon una Comisión Independiente para la Localización de Restos de Víctimas. Como dice Keefe, «lo más cruel de la desaparición forzosa como instrumento de guerra es probablemente que niega a los allegados esa ceremonia final, relegándolos a un permanente limbo de incertidumbre».

La comisión logró identificar 16 cuerpos. El primero fue el de Eamon Molloy, joven de 21 años ejecutado por el IRA en 1975 por pasar también información a los británicos. Lo habían enterrado de noche en un cementerio medieval. La familia recuperó el cadáver 24 años después, organizó un funeral y volvió a enterrarlo. Un sacerdote vio la noticia en los medios y contactó con ellos porque tenía algo que contarles. Confesó que una noche de 1975 un grupo de hombres se presentó en su casa y le llevó a una zona remota. Allí se encontró al joven Molloy atado de pies y manos. Lo iban a ejecutar cuando pidió confesarse antes con un sacerdote. Con las prisas, el cura se había olvidado el rosario, pero el jefe del pelotón de ejecución sacó el que llevaba en el bolsillo: «Tome el mío». Molloy pidió que diera un mensaje a su familia: que él no era un informador. En realidad sí lo era, pero no quería que su familia lo supiera. El sacerdote nunca transmitió el mensaje ni denunció lo ocurrido a la policía. Guardó silencio durante 24 años. El primer sitio donde buscaron el cuerpo de Jean McConville fue una playa. En Mallorca –y en toda España– también necesitamos romper silencios para resolver crímenes y cerrar heridas.

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