Quienes nos preocupamos por el lamentable estado ecosocial de nuestro planeta solemos decir que todos los informativos deberían de abrir cada día con ese tema. De alguna forma, ya han comenzado a hacerlo. Ver un noticiero hoy es observar la crónica en vivo del colapso. Comienzan los informativos con la ola de calor (la más larga jamás registrada, señalan), los récords de temperatura, los fallecidos por calor y la situación meteorológica en Europa y en el mundo. Siguen los incendios, también con sus récords, su destrucción y sus muertos. Después, la sequía, los pantanos vacíos y las restricciones de agua. A continuación, los problemas con el suministro de gas ruso (o argelino o estadounidense) y más restricciones, esta vez de energía. Cómo no, hay sección estelar para el precio incontrolable del combustible, el gas y la electricidad.
Relacionado con ello, la inflación desbocada y el peligro de recesión económica, seguido de la guerra en Ucrania (con panegírico de Zelenski, el del Vogue) y del ascenso de la ultraderecha en todas partes, que incluye el posible regreso de Donald Trump. De remate, nos informan de la viruela del mono y de los últimos coletazos de la pandemia. Terminan, alegremente y para relajar, con un niño comiéndose feliz un helado en la playa, una exitosa cantante de trap exhibiendo grandes motos o un aventurero que quiere lanzar cohetes a Marte para no se sabe muy bien qué. Aquí no ha pasado nada, todo bien, todo normal, sonrían.
El problema es que no hay una conciencia clara de todo eso que se está comunicando. Las redacciones empalman una noticia de actualidad tras otra, sin poder o querer atinar con el nexo, la verdad semioculta, la lógica implacable que rige detrás de todos esos fenómenos: que hemos topado con los límites del planeta, y que ni la tecnología ni el mercado nos salvarán de ello. Demasiadas cosas se están desmoronando, de forma tan evidente como ignorada al mismo tiempo.
Nota final: El pasado miércoles vi como unos vecinos de mi pueblo se mudaban. Él catalán, ella mexicana –ya mallorquines ambos–. Les pregunté que a dónde y por qué se marchaban y me contestaron que a Pamplona porque buscaban «más fresco». Son los primeros refugiados climáticos del primer mundo que he conocido personalmente, pero no serán, sin ninguna duda, los últimos.