En la primera mitad de los años sesenta del siglo pasado, al acabar el bachillerato se nos ofreció un viaje de final de estudios a Madrid. Me hizo una ilusión enorme porque unos años antes había visitado Barcelona y me quedé prendado de ella. Creía que este embeleso se debía a su gran extensión, que comparada con la Palma de entonces era descomunal. Por lo cual pensé que Madrid también me deleitaría porque en superficie era semejante a Barcelona. Pero Madrid no solamente no me maravilló, sino que me decepcionó. Entonces no fui capaz de dilucidar por qué el encanto recibido de Barcelona me lo negaba Madrid. Con el tiempo y nuevas visitas fui constatando que la diferencia del efecto que recibía entre una y otra ciudad no era su arquitectura ni sus bienes y servicios, sino el exagerado temperamento capitalino de Madrid. Esto lo fui viendo más fehacientemente con mis visitas posteriores a la Transición. Hasta el punto que mis visitas a Barcelona siempre intentaba alargarlas y a las de Madrid acortarlas. Barcelona la he vivido como un origen que me ha enriquecido la vida y Madrid la he ido visitado lo mínimo posible porque me transmite una ingente angustia.
La actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha acertado plenamente al decir que Madrid es España y que España es Madrid. Por esto creo que si España quiere encontrar una vía que le permita una existencia autónoma y creativa debe tratar de sobrevivir libremente y emanciparse de Madrid para eludir esa sumisión enfermiza. Por muchas dificultades que le ocasione andar en solitario, siempre será preferible que llevar permanentemente adherida a su estructura una lapa que le impide una libertad enriquecedora en imaginación y creatividad. Para cualquier ente de España toda colaboración con Madrid es, y lo será siempre, suficientemente tóxica para entorpecerle la existencia. Por esto una gran mayoría de catalanes ya han visto el gran maleficio de Madrid, y consecuentemente de España, tratando de independizarse. Porque el mal de España no es su población, sino su talante secular. Y éste, está muy focalizado desde Madrid. Díaz Ayuso lo ha visto con mucho acierto y los que vivimos en España deberíamos verlo y actuar consecuentemente.
Está claro que Madrid sufre el mal de toda capital de Estado porque da a sus habitantes un plus superior a las demás ciudades, acrecentado todavía más en Madrid por el carácter de sus habitantes. Este mal se incrementó aún más con la Transición, porque con el Estado de las autonomías se cometió el grandioso error de concederle también el estatuto autonómico. No vieron que estando la capital en Madrid, ésta no podía tener el de Autonomía porque se juntaban en un mismo territorio dos entes, el autonómico y la capitalidad. Algo que multiplicaba exponencialmente sus efectos perniciosos de poder.
Catalunya no tiene salvación si no se independiza de España, y España no tiene viabilidad a largo plazo si no se desvincula de Madrid. Madrid es el centro neurálgico de todas las carencias, achaques y males que, desde su capitalización han atenazado España. España puede hacer todas las transiciones que quiera para tratar de encontrar un acomodo político-social para su población, y consecuentemente para ella misma. Pero sin emanciparse de Madrid, donde se han ido depositando todos sus seculares desvaríos, no hay la menor posibilidad de que pueda encontrar ningún acomodo. Ni siquiera que pueda resolver su capacitación para aclimatarse a un mundo que permanentemente se le contrapone. Una capacitación esquivada durante largos siglos de perversa biografía.