Nuestra crisis económica, digo la de los ciudadanos de a pie, no es de ahora, viene de antes de la guerra de Ucrania y de la COVID. Pero Pedro Sánchez y sus socios no se habían enterado; debe de ser por eso que nos mienten afirmando que antes de la COVID su política económica hecha de impuestos, prohibiciones y dictados de minorías políticas, funcionaba.
Es evidente que el presidente vive entre los amplios muros de La Moncloa, y su socia comunista, la que ha inventado el feminismo, el ecologismo, la igualdad de derechos entre sexos, etc., etc., etc., viaja con el Falcon, y desde ahí, desde los palacios y volando a tanta altura, se les hace difícil saber lo que nos sucede a los ciudadanos que no tenemos palacios ni volamos en aviones de lujo mientras recetamos unos servicios de transporte públicos que en Mallorca brillan por su ausencia o por su mala gestión a lo largo del invierno. Por eso Sánchez, por ese cerrajón, me recordaba el tronío de Aznar y la soledad engreída de J.R. Bauzá… porque hasta anteayer salió en los medios de comunicación con el semblante de quien es tan feliz como un niño con zapatos nuevos.
No cabía en sí de felicidad, éramos –ni Alemania ni Francia. ¡Pobre gente!–, la locomotora económica de Europa, el país de los ricos, el sueño económico del mundo. Por todo lo escrito, casi me dio algo cuando, hace tres días, Sánchez salió ante los medios con el semblante serio y habló de la clase media y trabajadora, y de la empatía que siente por ellas… a las que durante años ha tenido olvidadas. Está claro que su empatía le nació al leer los sondeos de intención de voto, esos que les pueden echar del Falcon y del palacio. Y de pronto, ya no somos ninguna locomotora creada por un dividido gobierno gobernado por Podemos, sino que admite que muchos ciudadanos tienen problemas para llegar a final de mes. ¡Qué listos! Se nota que hasta ahora han estado demasiado ocupados sellando la estabilidad de sus sillas, metiéndonos con problemas con el gas de Argelia y dando un lugar a un Marruecos que pasa de nosotros… Por cierto, le seguiremos comprando carísima energía nuclear a Francia y nosotros, España, seremos los pseudoecologistas. ¡Qué desastre de progresistas! ¡Cuánto teatro! ¡Qué triste!