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Mi visita a Robert Graves

| Palma |

Corría la década de los 70 y en una excursión del colegio Pío XII, con el profesor de religión, el padre Willy, fuimos a la gran casa que este sacerdote tenía en el pueblo de Deià. En aquellos tiempos yo quería ser escritor y poeta y supimos de la existencia de cierto poeta llamado Robert Graves gracias a la serie de la BBC ‘Yo, Claudio'. Eso, la mayoría del pueblo español, pero a Graves lo descubrí yo antes, leyendo ‘La Diosa Blanca'. Allí empecé a conocer toda la iconografía de dioses y diosas del Olimpo y de la existencia de unos seres divinos antes del advenimiento del Cristianismo. Y aquel fin de semana de excursión a Deià con el colegio, decidí querer conocer en persona al gran poeta inglés. En ‘Adiós a todo eso' descubrí al Graves que a mí me interesaba, el hombre que había combatido en la I Guerra Mundial y había sido dado por muerto, y que, al regresar, constató que sus seres queridos casi le habían olvidado. Fue ese abandono y ese enfrentamiento a la verdad la que le hizo venir a una Mallorca que ya no existe.

Pregunté al profesor de religión que dónde vivía Graves, y hacia allí nos dirigimos Gabriel Camps y yo. Llegamos a su casa y nos encontramos con una de sus hijas. Ella se sorprendió de nuestra juventud, y nos hizo esperar en el jardín. Más tarde apareció Beryl, su esposa, que nos dijo que Robert era ya un anciano y que no estuviéramos mucho rato en la visita. Nos sorprendió la cantidad de libros y papeles, recuerdos y el ascetismo del lugar. Beryl nos llevó hasta la cocina. Allí vimos la enorme cabeza con larga melena plateada, patillas en las mejillas y sus profundos ojos azules. Graves nos miró de forma intensa y amigable. Besé sus manos como signo de respeto y admiración. Tras diez minutos de conversación mi última pregunta le sorprendió: «Señor Graves, ¿con nuestros escritos, los autores hemos de condenar o perdonar a nuestros semejantes?» Y él me respondió que «los escritores siempre hemos de perdonar».

Ahora Palma celebra un homenaje con diferentes ponencias en las que sus hijos y estudiosos de sus obras y correspondencia, nos acercan al mundo de Robert Graves. Un homenaje bien merecido a uno de los más grandes poetas del siglo XX.

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