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Cumbre en Madrid

| Palma |

No cabe duda de que Sánchez ha echado los restos en la organización de la cumbre de la OTAN en Madrid: concierto de la Filarmónica de Kiev, cena en el Prado –qué ganas de profanar un santuario de la cultura– y menú elaborado por un chef de postín. La cumbre, en sí misma, ha sido un éxito de montaje, incluida la asistencia de los países europeos que aún no pertenecen a la Alianza Atlántica. Y ha servido, entre otras cosas, para perfilar la nueva –es un decir– estrategia geopolítica de la Alianza, que no es otra que la de reactivar, por enésima vez, la existencia de un «eje del mal», en este caso el conformado por Rusia y China. Tan crecidos están, que hasta Biden se permite mojarle la oreja a China con lo de Taiwán.

Pero tanta exhibición de fuerza no expresa en el fondo más que debilidad. Desde Biden hasta el último mono de la OTAN saben que la guerra de Ucrania está perdida, que el Donbás acabará siendo independiente y que Crimea reforzará la presencia rusa. Se trata de guardar las apariencias mientras se acaban de ultimar los negocios y se recogen las ganancias.

Los daños colaterales nos lo comeremos los europeos, que para eso estamos. Por lo demás, el avance de la economía china, ya primera potencia mundial, por Eurasia, el Pacífico, África y Australia les resulta imparable. Si algo ha quedado claro de la cumbre de Madrid es el servilismo de los países miembros al dictado de los intereses estadounidenses. En cuanto a Sánchez, está recibiendo todas las palmaditas que le corresponden a un tonto útil.

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