Uno sale de la oficina a tomarse un café con hielo como el que sale al mar a pescar. A veces hay suerte y se atrapan retazos de conversaciones de lo más interesante. «Yo ya me pasé a las filas del enemigo y, oye, no se está tan mal».
Esta frase se la escuché a un tipo con una sonrisa de vendedor profesional en un bar de la Plaça de la Mercè, en Palma. Al principio, me sonó a la clásica cosa que decimos para escurrir el bulto, una forma sutil de decir: «Bueno, sí, he acabado siendo agente de la propiedad inmobiliaria, pero gracias a eso me he podido comprar un adosado en Son Ramonell». Con catorce años, nadie quiere asesorar compraventas de bienes inmuebles. Lo contrario sería preocupante.
Inevitablemente, llegaron las preguntas. ¿Me he pasado a las filas del enemigo? ¿No es algo que hacemos todos hasta cierto punto? ¿Qué pensaría de mí aquel chaval de catorce años que aborrecía la vulgaridad de los trabajos de oficina? En fin, sirva esto para confirmarles a aquellos que me acusan de estar siempre pensando en las musarañas que, efectivamente, tienen razón. Pero lo hago para mantener al enemigo a raya.