Alguien dijo que la verdadera comprensión hacia otra persona radicaba en el resultado de hallarse en la misma situación vital o, cuando menos, haberla vivido de una manera similar. Para el resto solo quedaba la crítica, juzgar sin conocimiento ni precedentes o la opción más común y recurrente, ponerse de lado de la conveniencia absoluta haciendo caso omiso a la verdad ya que, de lo contrario, ello dificultaría el estatus o la comodidad presente. Bien, todo en esta vida es un juego, a priori todo vale a pesar de las reglas, incluso cuando el fin es serio y firme para lo cual no existiría ninguna regla ya que para ello la palabra juego no entraría en el presente ni en el escenario de juego porque, cuando se tiene claro lo que se quiere el mundo entero te sobra, la gente y su toxicidad que solo traen consigo consejos absurdos hechos a medida, la suya propia, pero no la que uno necesita en ese preciso instante. Entonces, te levantas un día cualquiera y optas por vivir ese día en base a lo que tú eres.
Pasado, presente, futuro, la única baraja existente y posible, todo te pertenece en esos instantes de incertidumbre en los cuales no siempre se sabe qué hacer. En ese preciso momento es cuando uno usa el comodín por excelencia, el de las ilusiones, porque ellas son las únicas que nos mantienen vivos y esperanzados. Uno descubre que lo más maravilloso que hay es vivir en todos los tiempos y mantener siempre, en la medida de lo posible, una actitud positiva. Sí, al final se trata únicamente de un trabajo interior y muy especialmente de la bendita actitud que te encarrila hacia una filosofía de vida muy productiva con el tiempo. Cuando la vida te muestra la realidad, no siempre es de nuestro agrado entonces se sufre, se llora y se supera en solitario y allí es cuando uno se crea un mundo en paralelo que le extrae del presente. Me preguntaron qué era en realidad la vida.
Y respondí, cuando estuve preparada, que era un juego de supervivencia donde la nobleza y la sabiduría eran el comodín supremo al que se debía aspirar, el resto sería batallar sin sentido en un mundo donde los valores dejaron de existir y donde la identidad propia estaba vendida antes de perder el juego. Queda para el futuro sabio, prescindir de la baraja común y crearse su propio destino partiendo de la base de la sinceridad, la propia vivencia, aferrarse al amor en todos sus sentidos y a la absoluta nobleza con uno mismo. Mi respuesta fue que solo así el triunfo, con suerte, estaba asegurado.