Hace muchos, muchos años, casi siglo y medio, el filósofo Paul Lafargue (1842-1911), siguiendo a Vico, decía que el hombre es el motor inconsciente de la historia y que no son sus virtudes sino sus vicios los que constituyen sus fuerzas vivas. No son el desinterés, la generosidad y el humanitarismo, sino la ferocidad, la avaricia y la ambición las que, por lo visto, crean y desarrollan las sociedades.
Estos tres vicios, que echan a perder el género humano, engendran los hombres de armas, los astutos comerciantes y los poderes públicos y como consecuencia de todo eso, los tres vicios que pueden llegar a destruir al ser humano sobre la tierra, como algo paradójico, producen la felicidad civil.
Ferocidad, avaricia y ambición, pues, serán los pilares de todo estado moderno y como España no podía ser menos en eso del arte de la ferocidad, léase fábricas de armas, exporta masivamente, a países orientales su amplia gama de fusilería ligera y variedad bombista. Son millones y millones de euros que al mismo tiempo llenan nuestros platos de bistecs con patatas y los bolsillos del fisco con toda suerte de divisas. Se ocupan los de la avaricia y la ambición de que la cultura de la muerte resulte rentable y de que quede adormecida nuestra conciencia por colaborar a través de los impuestos con aventuras bélicas más o menos lejanas.
Y hasta se atreven a decir que Dios está de nuestra parte, incluso en esto, haciendo la vista gorda. España exportadora de armas y creciendo en este ámbito, disimulando, con la boca pequeña y el pensamiento por las nubes. Se nos dirá, con una sonrisa, que no seamos tontos, que nada es lo que parece. Habrá que admitir que los que vivimos en este país, con nuestras necesidades y pasiones, nos conformamos con todo lo que nos envuelve, mientras algo más allá se matan con toda la saña que les es posible, nuestros clientes. La lección final se basa en los propios vicios del sistema. Con eslóganes superados: Si quieres la paz prepara la guerra. ¡Niño! ¡No hables sobre lo que no entiendes! Eso son cosas de mayores. Cuando crezcas y toques oro, lo entenderás. Las armas las carga el diablo y nos hace creer, que sólo, tan sólo, se trata de un juego como el ajedrez o el dominó.