China acaba de botar su tercer portaaviones, un buque de fabricación propia que por lo visto imita con éxito algunas tecnologías que hasta ahora solo tenía Estados Unidos. Aún tardará un tiempo en ser operativo, dicen los expertos, y yo me pregunto para qué quieren poner en marcha un chisme así. Se alega que el Pacífico es ya el punto caliente en las tensiones bélicas mundiales. La China de Xi Jinping no se arruga, está más que dispuesta a pisarle los talones al país más poderoso del planeta y lo hace con prisas, sin descanso, en todos los ámbitos. Mantiene desde hace tiempo su empeño en quedarse con Taiwan y no cederá un milímetro.
Por eso verán por aquellas aguas patrullar al monstruo este del mar. Y no será el único, la superpotencia asiática anuncia el despliegue de seis portaaviones en los próximos años. Yo entiendo que la militar es una industria como otra cualquiera, que provee grandes riquezas, genera empleo y blablablá, blablablá. Pero, a ver, estamos hablando de prepararse para la guerra. Para una guerra total y devastadora, como nunca se ha visto. La que enfrentaría a China con Estados Unidos –ellos tienen once portaaviones ahora mismo y construyen otros dos– en una región en la que ni Rusia ni Japón podrían mirar para otro lado, pues les toca de lleno.
Y ya que Australia anda cerca, tampoco el Reino Unido se desvincularía. Quizá nos parezca que todo eso queda muy lejos y es cierto, pero en este mundo globalizado cualquier evento provoca una onda expansiva peligrosísima. Lo hemos visto con el coronavirus, con el cierre de fábricas en China, con la guerra ucraniana. No estamos solos. El mundo, hoy, es solo uno y no hay donde esconderse.