La pandemia, y especialmente el confinamiento, está teniendo unos efectos secundarios que pocos pudieron predecir. Algunos han sido positivos, como el incremento en la venta de libros o en la asistencia a los teatros que, pasado el miedo de los primeros meses de restricciones, parece retornar a las cifras prepandemia. Las salas de cine, por el contrario, se han vaciado de forma alarmante y no parece fácil poder recuperar el número de espectadores de antes del confinamiento. Quizá ahí el aumento exponencial experimentado por las plataformas de streaming tenga mucho que ver. Las cinco más grandes (Netlix, HBO, Prime Video, Movistar+ y Filmin) crecieron en España un 210 % de media en el primer año de la pandemia. Al paso que vamos, las salas de cine pueden quedar reducidas a exhibir películas de superhéroes y de efectos especiales. Pero si los exhibidores lo están pasando mal, los productores independientes están aún peor.
La nueva ley del audiovisual podía haber sido el balón de oxígeno que las productoras de cine y de series independientes llevaban años esperando. Sin embargo, el cambio de última hora introducido por el PSOE en el redactado de la ley ha echado por tierra todas sus legítimas aspiraciones ya que, tal y como se ha presentado en el Congreso, lo que hace es favorecer que los grandes grupos puedan destinar el porcentaje obligatorio de inversión en cine español y europeo a proyectos de sus propias productoras en lugar de tener que hacerlo en los de las independientes, que es el espíritu de la ley europea que se pretendía trasponer, y con retraso, a nuestra legislación.
Esa ley tenía una parte positiva para el sector ya que obliga también a las plataformas, no solo a las cadenas de tv, a invertir el 5 % de su facturación en cine europeo y español. Si tenemos en cuenta que ese porcentaje en Francia es del 20 % nos daremos cuenta de lo lejos que estamos de Europa en el audiovisual. Y el redactado de la nueva ley puede suponer la estocada final al cine independiente, un cine que aporta riqueza, empleo, proyección internacional y, sobre todo, un cine que refuerza nuestra identidad cultural. Es normal que los productores independientes estén indignados con la nueva ley y que estén dispuestos, y con razón, a llevar sus protestas a Bruselas. Y no deja de ser ilustrativo que partidos como ERC, que había aceptado apoyar los presupuestos precisamente a cambio de esta ley, ante el empecinamiento del PSOE a negarse a recuperar el texto original, hayan terminado teniendo que votar en contra.