Lejos de los campos de batalla junto al mar Negro, los misiles caen sobre los pobres del mundo, en forma de aumento de los precios de los alimentos básicos, provocado por un conflicto en el que ellos no desempeñan ningún papel. Actualmente, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), existen en el mundo 70,8 millones de personas que están forzadas a desplazarse de su lugar de origen a causa de conflictos armados que hay en su país, como pueden ser Siria, Yemen, Afganistán o República Democrática del Congo.
La guerra está exacerbando la tendencia de los precios, debido a las grandes cuotas de exportación de trigo, aceite de girasol y otros alimentos procedentes de la Federación Rusa y Ucrania. Otros factores, como los precios de la energía y de los fertilizantes, los movimientos de divisas y la proliferación de barreras comerciales (53 gobiernos tienen ahora controles a la exportación de alimentos y fertilizantes). Así las cosas, la perspectiva de crisis humanitaria lejos de los conflictos es abrumadora.
Vivimos en una sociedad hipócrita. Mientras haya fábricas de armamentos, la mayoría de ellas en países ricos, España es el séptimo exportador, el número de desplazados de los países pobres seguirá aumentando. Los gobiernos de los países ricos por la mañana dictan normas para que la sociedad acoja a los refugiados (84 millones hay en el mundo) y, por la tarde, visitan las fábricas de armamentos que, en la mayoría de casos están subvencionadas por los propios gobiernos. No saben que sin armamentos no habría ni guerras ni refugiados. La sociedad ha perdidos los valores humanos y éticos entre los que se encuentran: la justicia, la bondad, la libertad, la responsabilidad, la honestidad y el respeto.