Una guerra depara mucha reflexión y no tan sólo para darles de nuevo aire a doctrinas que establecen principios del bien y del mal. Ante una guerra procede matizar y de la importancia que ello tiene habla suficientemente el que lo esté haciendo una extrema derecha, generalmente poco inclinada a exquisiteces. El bueno está en Ucrania y el malo en Rusia. La carcundia europea ha tomado distinto camino, Putin resulta discutible, y lo que requiere un auténtico cambio es la UE, definida como un «mega Estado ideologizado» cuyas normas vulneran el Estado de derecho en algunos países, abogando en su lugar por la preeminencia de las constituciones nacionales sobre los tratados de la UE. Por otra parte, esa política de gestos habla por sí misma en la mayoría de casos.
Fijémonos en las actitudes de Santiago Abascal ante los resultados obtenidos por los candidatos ultras en la recientes elecciones en Francia. Al no ser Marine Le Pen la candidata favorita (preferían a Zemmour) de Abascal, éste no ha encontrado tiempo para comentar los resultados. Un tiempo que no le faltó al apresurarse a felicitar el 3 de abril al húngaro Viktor Orbán, tras su cuarta victoria consecutiva. De hecho, el partido de Le Pen, Reagrupamiento Nacional y Vox, ni siquiera comparten grupo en el Parlamento Europeo.
La gente de Vox prefiere el Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, junto a los ultraconservadores polacos, o a los Hermanos de Italia, herederos del posfascista Movimiento Social Italiano. Como verán, el espectro ultra comienza a ser amplio, lo que constituye una esperanza para aquellos que no desean –deseamos– verlos unidos y con mayores posibilidades.