Estos últimos días hemos oído hablar mucho de la nueva ley del aborto, cuyo borrador parece que piensa discutir hoy el Consejo de Ministros. Y como siempre que rebrota este asunto del aborto, nos viene a la memoria el mito de Sísifo, aquel pobre tipo al que los dioses condenaron a subir una gran piedra hasta la cima de una montaña, donde se le caía rodando y otra vez a empezar. Y así por toda la eternidad. Este mito de Sísifo, que Lucrecio asoció con las luchas por el poder de los aspirantes a un cargo político, luego pasó a decirse trabajo de Sísifo a cualquier labor muy dura, y Albert Camus lo consideró metáfora del esfuerzo inútil y el absurdo de la vida, se reduce hoy día a las expresiones habituales «Siempre igual…», «Otra vez…», «Ya empezamos…».
Es decir, al mito posmoderno del tataranieto de Sísifo, que aún está en las mismas, subiendo el pedrusco caedizo. Y no sólo porque 50 años después de la legalización del aborto en EEUU su Tribunal Supremo está a punto de abolirlo, sino porque esta nueva ley que hoy discute el Ejecutivo sustituye a la de 2010, impugnada por el PP ante el Constitucional, y acerca de la cual debe pronunciarse un día de estos, con más de diez años de retraso. Nadie sabe, y cuando digo nadie me refiero a los jueces supremos y constitucionales, qué pasará si el Constitucional deroga la vieja ley, ni si eso afectará de rebote a la nueva, ni si la nueva, caso de aprobarse antes, ya deroga de por sí a la vieja anulando el recurso del PP, ni si el Tribunal Constitucional aceptará eso o lo considerará artimaña jurídica para eludir su fallo. Nadie sabe nada; ni siquiera si el PP y sus subalternos de Vox recurrirán también esta nueva ley.
Lo que se llamaba laberinto judicial, y luego lío, y luego, ya por cansancio, embrollo jurídico. Otra vez. Siempre igual. El mito del tataranieto de Sísifo, en efecto. Que consiste en trasladar no una roca, sino un grano de arroz con ayuda de un palito, pero a través de una gran multitud vociferante. No hay manera de llevarlo hasta la cazuela. Lo pierdes, te lo pisan, se extravía. Y otra vez a empezar. Parece menos aterrador que el mito original, pero es igual de jodido. Para mí que Dios no dijo a Adán «Trabajarás con sudor», sino «Trabajarás para nada». Siempre. Esfuerzos inútiles. A ver si esta vez.