Mis conocimientos de la sociedad rusa tienden a cero. Pero me imagino que estando en un sistema cercado desde su nacimiento milenario por un poder omnipotente, debe ser una sociedad con pocos deseos de inmiscuirse en los designios de una guerra que no entiende. Por lo cual deben pensar que esta contienda inconcebible para el mundo y más para ellos, que con su secular conservadurismo unido al poderoso y brutal lavado de cerebro del Kremlin, no debe afectar demasiado a su cotidianidad. Pero mi hija, que procura informarme de lo que ignoro, me ha mandado un artículo escrito desde Moscú por Andrew Roth y Pjotr Sauer publicado en Diario.es del pasado 20 de abril en el cual anuncian un cambio social, especialmente desde la pérdida del buque insignia Moskva. «Explíquenme cómo fueron capaces de perderlo» dijo Soloviev enfadado, en su programa de TV, uno de los más vistos de Rusia. Soloviev sigue siendo partidario de Putin y de la guerra, y su anómalo arrebato es síntoma de que la situación en Ucrania empieza a hacer mella en la sensibilidad rusa, incluso de los más adictos.
En el Kremlin, en cambio, las autoridades parecen seguir sin titubeos la ruta marcada. Putin condecoró a la 64ª Brigada Motorizada de Fusileros por su heroísmo y coraje de grupo, después de que Ucrania acusara precisamente a esa unidad de cometer crímenes de guerra en Bucha. Pero a medida que aumenta el coste de la invasión, crece también la franqueza inesperada de algunos críticos. «No veo ni un solo beneficio de esta guerra disparatada», escribió el empresario Oleg Tinkov en su Instagram.
«Están matando a gente inocente y a soldados, mientras los generales despiertan de su resaca y se dan cuenta de que tienen una chapuza de ejército. Cómo podía ser bueno el ejército, si en el país todo lo demás es una mierda, estando plagado de nepotismo, sumisión y servilismo», añadió. Por otra parte, Marina Litvinovich, una activista y política opositora que no se ha ido de Rusia, ve en la sociedad claros signos de cansancio por la guerra. La gente parece emocionalmente quemada y se aleja cada día más de las noticias. Aunque con los primeros impactos económicos de la guerra superados hay pocos ciudadanos que presten atención a la recesión económica que se avecina. «Existe algo así como una falsa sensación de que la vida se ha normalizado», dice Litvinovich. Pero entre los empresarios hay claros signos de preocupación. «Dejando a un lado las posiciones personales sobre la guerra, con algunos a favor y otros en contra, la gente se está movilizando y trabajando de la forma más dura y creativa posible», dice un alto directivo de una empresa importante. «Entienden que tienen que darlo todo para que la empresa y ellos puedan sobrevivir».
Lo que parece muy claro es que actualmente la principal motivación de la sociedad rusa es más la supervivencia personal y colectiva que ningún ideal propio o nacional. Tampoco se ve muy claro que se pueda conseguir algo de auténtico valor para la sociedad rusa con una guerra en la cual ellos ven cada día más visos de insensatez que de cordura, que se persiguen deseos quiméricos más que lógicos. Lo cual hace pensar que la principal motivación de esta guerra parece más que nada ser la perentoria necesidad de satisfacer un irresistible delirio personal. No debe olvidarse que el presidente ucraniano es judío y que en Rusia el antisemitismo es abundante. Y todo ello mediante un genocidio a costa de un país foráneo que la única culpa que tiene es de ser fronterizo y sentirse, individual y colectivamente, más feliz que cuando estaba bajo dominio soviético.