Existe? ¿Ha existido alguna vez? La duda, en cuanto algunos líderes de la política o sus portavoces incondicionales alardean de lo que según ellos es irrebatiblemente cierto, aparece de golpe como un martillazo. José Bergamín se planteaba estas temáticas con absoluta claridad. Hay en el fondo de esta verdad discutible de la política una manzana permanente de discordia que huye de toda voluntad de entendimiento, que usa al ciudadano como un peón de ajedrez y trata de demostrar que todo aquello que no es teatro público de la cosa pública es tan falsa como el más pobre decorado.+
¿Quién a raíz de las últimas hazañas ‘jamesbondistas' no se ha sentido un espiado en potencia como una cucaracha bajo el cristal de un microscopio? Nos creíamos ser ciudadanos libres y resulta que gracias a los políticos redentoristas no pasamos de ser unos libertos virtuales. ¿Exagero? Es probable. Perdonen si es así. De modo que les diré lo que escribía Bergamín, por cierto gran lector y admirador de nuestro Ramon Llull, sobre eso de la verdad de la guerra sucia y de la falsedad entronizada: «Palabras falsas, mentirosas, de odio, porque mentían y callaban falseando la verdad de la guerra (se refiere a nuestra guerra civil) y de los autores y responsables de la guerra.
Mentían lanzando contra los pueblos indefensos y perseguidos por la guerra la calumnia de una responsabilidad sangrienta… Sin misericordia, sin justicia, sin caridad, se hace por el mundo la guerra. Pues la guerra es cosa de este mundo y por él y para él se hace. Ese mundo, este mundo de guerra, de destrucción, de odio, es el mundo, cuya figura pasajera, acaso por última vez, extiende su locura de muerte ante el anciano Padre agonizante: ante unos ojos que ya no podrán verlo claramente; ante unos oídos que apenas si podrán sentir el bárbaro ruido de sus armas…» Ese anciano Padre somos todos nosotros, los que ingenuamente creíamos que la guerra de los mercachifles era algo del siglo pasado y que en las cloacas del mundo ya no se criaban los ratones de la guerra. Pálida se queda la más destructiva pandemia de todos los tiempos ante esta realidad que es su epílogo armado. Para aquellos que ya hemos llegado a la frágil barrera de los ochenta, la verdad verdadera, es que ya fuimos espiados en ámbitos pretéritos.