El 1 de abril, Unidas Podemos mandó una carta al rey Felipe VI, exigiéndole la devolución «al pueblo», del palacio (dejémoslo en palacete) de Marivent. Se trataría, según los firmantes de «un pequeño gesto de la Casa Real en el sentido de intentar contribuir, de alguna forma, a la salida de la crisis y a la diversificación del modelo turístico, impulsándolo desde un enfoque cultural y patrimonial»
Se añade, como antecedente de esta devolución, la Casa de Campo o el Parque del Retiro «que hoy son emblemas que visitan miles de personas cada año». El destino al que debería dedicarse el inmueble, sería el que preveía la viuda de Juan de Saridakis, su primer propietario: un museo.
Permítanme una primera consideración. El objeto de la carta, no es sino expulsar a la Familia Real de Mallorca y dar un paso más en la senda inconstitucional de acabar con la Monarquía. De hecho, así lo reconoce una de las firmantes, Gloria Santiago, vicepresidenta primera de la Cámara balear, a la que la Constitución parece que le sirve sólo según para qué y según cómo. Pretender que el uso público de Marivent puede contribuir –como afirman los de Podemos- a salir de la crisis y a diversificar el modelo turístico de Mallorca, parece más bien una broma. En primer lugar porque la salida de esa crisis depende en buena medida de ellos dado que, tanto a nivel nacional como autonómico, tienen responsabilidad de gobierno.
Pero además, a poco que preguntasen, no ya sólo a los mallorquines sino al resto de españoles, probablemente les dijeran que entre pasear por Marivent o que les bajen los impuestos, eligirían sin duda, lo segundo. O si el debate es un museo más o un cargo público menos, no es arriesgado pensar que se decantarían por la última opción. Pero imaginemos que sí, que los mallorquines desean tener otro museo y que eso les compensa echar a la Familia Real de Mallorca (porque que residan en La Almudaina como se propone en la carta, es una ocurrencia propia de quien jamás ha pisado ese palacio, siquiera como turista).
Un museo tiene un fondo, compuesto por una o varias colecciones y sobre todo, tiene un discurso. Recordemos que en 1986 los libros, muebles y obras de arte de Saridakis fueron devueltos a su heredero, dado que no se cumplía el propósito inicial de la donación. En su lugar, se amuebló el inmueble con fondos de Patrimonio Nacional como se hace con todas las viviendas y organismos oficiales. ¿Qué se exhibiría entonces en Marivent? ¿Cuál sería el discurso de ese museo? ¿Con qué fondo museístico contaría? Y sobre todo ¿qué interesaría tanto al público como para contribuir a «la diversificación del modelo turístico» de Mallorca? Se lo diré. El único atractivo que tendría Marivent para el visitante –más allá de sus vistas– sería el hecho de que durante décadas haya veraneado allí la familia del Rey.
Los beneficios de esos veraneos, por cierto, han sido muchos. No en vano otras comunidades autónomas han pretendido disputarnos ese privilegio que ya tuvieron La Granja de San Ildefonso, Aranjuez, San Sebastián o Santander. Hablamos de municipios convertidos, durante unos meses, en la capital de España, con todo lo que ello significaba. No hace falta ser monárquico para darse cuenta.
En 2017 se abrieron al público los jardines de Marivent y no, ciertamente ni turistas ni residentes hacen cola para visitarlos. La razón es la misma que la que se daría en el caso de convertir la residencia estival de los Reyes en un museo: de los jardines y del edificio, lo que nos importa, son sus ocupantes y si no están, perdemos el interés.