No hace falta ser un economista para saber que los gastos hay que pagarlos y el gasto público también. Y que si los ingresos son inferiores a los gastos, tenemos un claro problema. A largo plazo, además, el problema se vuelve gordo. Así que estamos hablando de matemáticas elementales en vez de economía. Y cuando se habla de bajar o subir impuestos hay que hacerlo también de la otra parte de la ecuación: de los gastos a cubrir con esos ingresos. Ésa, en el fondo, es la base de la discusión entre Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez entre bajar o no los impuestos a los españoles. El líder de la oposición cree que esa disminución dejaría más dinero en los bolsillos de unos ciudadanos que darían alas a la actividad económica y el presidente del Gobierno cree que sin acrecentarlos, no saldrían las cuentas públicas en este país.
La verdad es que las cuentas no salen, pues nuestros datos económicos son cualquier cosa menos esperanzadores: un paro del 12,6 %, que dobla al de la UE, una inflación del 9,8 %, una deuda pública impagable de cerca de 1,5 billones de euros y un déficit público optimista del 5 % contando con que el crecimiento del PIB sea de un imposible 7 %. Puras matemáticas, en consecuencia, que se agravarán cuando el BCE suba los tipos de interés y deje de comprar deuda, poniendo nuestras cifras de pagos por las nubes.
De lo que no se habla en absoluto es de la otra parte de la ecuación: de tanto gasto improductivo de un Gobierno elefantiásico, cuyo recorte haría más fáciles de cumplir los números sobre la mesa y nos evitaría estar, literalmente, con la soga al cuello. Pero, claro, parece ser que a quienes nos mandan no les importa que nos pongamos al borde de la quiebra. Así que pobres de nosotros.