En su rusticidad, Santiago Abascal desvela el plan de Vox al referirse a su conchabamiento con el PP en Castilla y León como algo similar a un piso piloto. En efecto, el piso piloto pretende esconder cuanto el constructor sabe que puede retraer, o espantar directamente, al potencial comprador de la vivienda, desde la pobre calidad de los materiales hasta el vertedero frente al que se ubica la urbanización. El plan de Vox, trazado, por lo que se ve, en colaboración con el Partido Popular, consiste en ir consolidando y normalizando la ligazón entre ambos partidos en los diferentes territorios donde su suma les permita gobernar para, una vez consolidada y normalizada semejante coyunda, asaltar con éxito el gobierno de la nación en las próximas elecciones generales. Ahora bien; como el resultado de éstas depende de los votos de los españoles, circunstancia que a una formación como Vox debe de suscitar desconfianza, es necesario que el piso que se vaya mostrando al elector, el piso piloto, parezca amplio y luminoso, y no oscuro, angosto y sórdido como el que pudiera entregarse con las llaves.
De momento, pues, Abascal quiere ir suavecito, sin grandes escándalos (pese a que el programa de Vox ya escandaliza lo suyo), ni más garrotazos a la democracia liberal que los que él presume ligeros y digeribles aperitivos, que si la entronización de la caza como una de las bellas artes, que si el engendro ese de la violencia intrafamiliar en sustitución de la ley que pretende atajar el goteo feminicida, que si el retorno de la desmemoria por decreto que vuelva a sepultar los crímenes franquistas... Abascal ha ido sondeando el terreno para ver si puede contar con la incondicional sumisión del PP a sus exigencias, y ha visto que sí,o, por lo menos, que con Mañueco sí.
Ese PP de Feijóo que se ha estrenado con el compromiso nupcial con Vox habrá de dejar, si no lo rompe y le devuelve las fotos, lo del centrismo para mejor ocasión, a menos que pretenda hacer creer que el centro se halla en la extrema derecha.