El encuentro de Sánchez y Feijóo en Moncloa no terminó a cara de perro. Y eso ya es algo. Valió como un primer intento de remada conjunta en asuntos de interés general, pero también valió para constatar que, más allá del buen tono y el común acuerdo de adjetivar la cita con la palabra ‘cordial', las diferencias siguen siendo muy profundas. Quienes nos dedicamos a descifrar la actualidad política, no hemos dejado de percibir la fuerza del argumento utilizado por Feijóo para explicar el porqué de las profundas diferencias que existen en asuntos tan importantes como el plan de choque para frenar el empobrecimiento de la población o el cambio de postura en la cuestión del Sáhara: «No se puede compartir lo que no se conoce». Una manera sutil de acusar a Sánchez de no buscar consensos sino adhesiones inquebrantables.
Es inevitable comparar las dos actitudes a partir de la jornada del jueves, que incluyó la presentación en sociedad del nuevo líder del PP. Una especie de examen que el político gallego superó con nota alta, a mi juicio. En cambio, no me pareció que fuese el mejor día en la vida política del presidente del Gobierno. Me explico. No digo que el paso por el Palacio de la Moncloa del nuevo líder del PP fuese un ensayo de investidura anticipada de Núñez Feijóo, pero sí sostengo que fue un lanzamiento muy rentable para la causa electoral de su partido. En conclusión, la cita en la Moncloa del que gobierna y el que puede gobernar fue uno de los dos acontecimientos políticos del jueves. El otro fue el viaje del presidente a Marruecos.
Por la mañana, Feijóo le ganó la batalla de la credibilidad en la disposición a alcanzar ‘consensos básicos', por utilizar la expresión utilizada por el Gobierno en su oferta de once pactos. Y por la noche, a la caída del sol en Rabat, Sánchez se presentó ante el rey de Marruecos como un presidente desautorizado por su Parlamento, e incluso diría que, por su opinión pública, en un asunto capital de nuestra política exterior.