Sánchez ha estado de gira por Europa. El presidente ha tratado de convencer a sus socios de que la mejor idea para reducir los precios de la energía es desacoplar el precio del gas del de la luz. Pero no lo ha conseguido y el Consejo Europeo, a finales de la semana, no tratará el asunto. Lo peor es que el Gobierno sólo da palos de ciego. Lanza una idea y a los dos días la retira o es insuficiente o no gusta a los que se tienen que beneficiar de ella. Es lo que ha pasado con la propuesta de fijar el tope del precio de la luz a 180 euros, la ayuda de 500 millones para los camioneros o la de bajar los carburantes sin contar con las petroleras.
De reducir los impuestos nunca más se supo. De hecho, el lunes supimos por boca de consejeros de algunas autonomías que de su reunión con hasta tres ministras lo único que les quedó claro es que no se van a bajar los impuestos. La realidad es que llevamos meses con los precios de la energía por las nubes y aún habrá que esperar al 29 de marzo para saber algo concreto sobre ayudas o lo que sea que estén maquinando. Mientras, cada día más empresas se ven obligadas a parar su producción, más gritos de desesperanza se lanzan desde las asociaciones de autónomos y más familias lo pasan realmente mal. Cierto, que a la subida de los precios de la energía hay que añadirle la ruptura de las cadenas de suministro, tanto por la falta de materiales como por el paro de transportistas.
Pero tenemos un Gobierno que no sabe qué hacer. Aseguran que no hay recursos suficientes para afrontar una crisis de este calado. Se podría decir que se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena. La hucha no sólo no tiene ahorros, sino que tiene un agujero inmenso y a nadie en ese Ejecutivo se le ocurre, por supuesto, analizar el gasto público y encontrar partidas que pueden ser eliminadas o recortadas. De esto, tanto el ministro Escrivá, cuando era presidente de la Airef, o el Instituto de Estudios Económicos saben mucho. Bastaría con solicitar sus informes y comprobar que hay margen.