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Hacerse viejo

| Palma |

Hacerse viejo es una putada. Todo empieza cuando te llaman de usted o se levanta un joven del asiento del autobús para cederte su sitio. Luego viene el momento en que vas a cenar con una mujer treinta años más joven que tú y el maître empieza a tomar nota primero a tu pareja y le pregunta a ella: «Y su padre, ¿qué va a tomar?». Si eres rico, ese detalle no te importa, pues piensas, sí, tú ríete, pero yo me llevo el gato al agua. Pero, si eres pobre primero mirarás los precios de la carta por si con tu exigua pensión te alcanza a poder invitarla.

Lo peor es ser famoso. También suelen ir acompañados de bellas jóvenes mujeres, pero intuyes esa cara de quiero pero no puedo que se les queda a estos hombres que, un día, lo tuvieron todo. El otro día pensaba en ello al ver en cómo se ha desgastado por el paso del tiempo el matador de toros Ortega Cano. Una tez macilenta, un rictus de delgadez extrema en su rostro. Antes su pelo era negro y, ahora, es asombrosamente canoso. Vamos, una sombra de lo que fue, un torero que se casó con la mismísima Rocío Jurado. O ver a una Ivonne de Carlo, gloriosa en los Diez Mandamientos o siniestra como Morticia en la Familia Monster, hasta la decadencia. Otras actrices en su día bellísimas fueron Rita Hayworth, Sara Montiel, Carmen Sevilla, y un sin fin más cuyo paso del tiempo no perdona. El ejemplo más paradigmático sería el de Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses.

Tengo una amiga que un día me dijo: «José, me he vuelto invisible». «Qué quieres decir?», pregunté. «Pues que ahora paso junto a una obra y no me lanzan piropos como antes, como si no me vieran pasar los obreros». Y eso que, para mí, ella seguía siendo bellísima, porque me interesa más la belleza interior de las personas que el cascarón que las envuelve. Pero hoy vivimos en la era del postureo, de las falsas apariencias. Al igual que mi amigo de 83 años, de Alcúdia, que al hablar de Putin le llama ‘Puding’. Porque él cree firmemente que Putin es un hijo de ‘Puding’.
Si, nos hacemos viejos e invisibles... Maldita vejez.

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