Las líneas divisorias resultan útiles para explicar asuntos complejos y esclarecer posicionamientos y actitudes ante cuestiones polémicas. El hecho de poder colocar argumentos y personas a un lado u otro de una frontera imaginaria puede ayudar a mejor entender las situaciones o, cuando menos, intentar emplazarlas en su justo contexto. En la agresión rusa contra Ucrania, con caracteres de terrorismo de Estado (Zbigniew Rau, canciller de Polonia), las fronteras están bien definidas y su vulneración por parte de las tropas rusas pone a todo Occidente frente al espejo de sus propias carencias y contradicciones. El hecho de dar carta de naturaleza a una guerra –los muertos, los tanques, las explosiones, la destrucción de las ciudades ucranianas, todo ello es real–, desvanece la línea divisoria entre el conflicto, la guerra, que precisa de dos contendientes, y lo que ocurre en Ucrania donde hay un único atacante, Putin y su ejército, y un país que intenta defenderse y sus ciudadanos salvar la vida.
Frente a las devastadoras consecuencias de la acción rusa en el este europeo sobre la economía cotidiana, también hay un linde entre los países que ya han adoptado medidas concretas de apoyo a sus empresas y ciudadanos y los que todavía se lo piensan, como Pedro Sánchez, que fía sus actuaciones frente al disparato aumento de los precios de la energía y sus efectos sobre todos los sectores productivos, a una ronda europea de inciertos resultados y anuncios de decisiones para finales de mes mientras las arcas del estado acumulan ingresos a cuenta de una fiscalidad que roza el expolio. Es la misma dinámica de Francina Armengol que muestra una vez más su innegable habilidad en el manejo del universo de la imagen, de la foto: mediante sucesivas reuniones con los sectores afectados por la crisis rampante consigue aplazar cualquier decisión sobre impuestos y reducción del gasto público y, lo que es más notable, derivar su cuota de responsabilidad hacia el Gobierno de España o hacia Europa, lejos en cualquier caso de su ámbito de iniciativa.
La criminal arremetida rusa contra Ucrania, de puertas adentro, ha pospuesto el revuelo levantado por el pacto de Gobierno en Castilla y León entre PP y Vox, recibido con entusiastas aspavientos por la izquierda como poderoso instrumento de campaña contra el centro derecha, y visto con recelos por algún sector popular. Los socialistas de Baleares, Podemos y Més han profetizado un futuro entendimiento entre la presidenta del PP, Marga Prohens, y quien vaya a ser su homólogo en Vox, con reproches y descalificaciones. En el Congreso Pedro Sánchez, en lugar de contestar a las preguntas sobre la urgencia de medidas contra el desbarajuste económico, se dirigía con un tono desabrido a la bancada de Vox: «no se saldrán con la suya» y ponía en el mismo saco también a los extremistas de Francia, Alemania y…. ¡a Putin! Los socios de extrema izquierda del presidente debieron como mínimo enarcar las cejas. No son pocos los ciudadanos interesados por la política que en el debate sobre las alianzas del PP, y también del PSOE, sitúan la línea divisoria en la Constitución. A un lado, quienes la defienden, PP, PSOE, lo que quede de Ciudadanos y Vox; al otro, los socios de Pedro Sánchez. Con todos los matices, que los hay.