Jóvenes de apenas 18 años matando a otros jóvenes de la misma edad y muriendo ellos (y otras gentes) a causa de unos conflictos que podrían resolverse perfectamente por la vía civilizada del diálogo y de la comprensión mutua entre partes afectadas. Es mucho más que vergonzoso: es bestialidad absolutamente amoral que posiciones enfrentadas no tengan la más mínima capacidad de ponerse cada una de ellas en la mente de la otra para de este modo hacer más fácil el entendimiento y evitar el desastre.
Sin duda hemos perdido la capacidad de la prudencia, de la racionalidad y hasta del más elemental sentido común. Ahora que ocurre este horror en Ucrania, horror que, si se extiende más allá de su localización concreta, puede llevar al conflicto bélico más devastador de toda la historia, ahora, en esta excepcional situación, impacta ver cómo los hay que todavía echan más leña al fuego llamando a movilizaciones, entregando armas e instigando todavía más a los contendientes inflamando sus ánimos. Sin duda desde cada lado existen los que enardecen el espíritu bélico según cuáles sean sus convicciones políticas o patriotas. Por lo tanto, ocurre lo de siempre. Igual como ocurre el deseo de que todos nos posicionemos (es lo del ya conocido totalitarismo del «hagamos piña») a favor de una u otra de las partes y cooperemos así alineados en favor de la masacre.
Malas salidas hay a estas situaciones en las que están en conflicto intereses múltiples y patrioterismos, los que (aunque les pese a muchos entusiastas descerebrados) han infectado siempre de defecaciones al mundo y a su historia entera. Rusos hay que desean morir y matar para que donde se hable ruso se extienda la patria rusa. Y ucranianos habrá también que desearán defender su independencia hasta el punto de ver cómo los padres de estos niños que huyen con sus abuelos hacia Polonia o Rumanía dejan rotas sus familias para un sacrificio «heroico» sin pies ni cabeza. ¿Qué es preferible, que estos padres sigan viviendo junto a sus hijos (a pesar de la guerra rusa) o que estos tengan que llorar en la orfandad el resto de sus vidas?
¿Tiene Putin que continuar con su guerra (la típica de todos los tiempos) y tenemos nosotros, los occidentales y supuestamente civilizados, llegar al extremo de enmarañarlo todo mucho más todavía hasta poner vida, planeta y existencia en riesgo extremo de aniquilación total? Hemos llegado a un punto de la historia (el de la era nuclear) en el que no nos queda otro remedio (porque no hay otro) que entendernos por el diálogo aprendiendo a ceder, aunque esto suponga no satisfacer jamás por completo nuestros deseos de la manera como quisiéramos. Ya no hay sitio para heroicidades bélicas ni posicionamientos radicales con respecto a ideas políticas del carácter que sea. Comprendo que será un milagro que esta sensatez se instale definitivamente entre nosotros, seres intrínsecamente violentos o afectados por locuras sin pausa. Pero, una de dos (y solo una de dos): o nos entendemos desde la racionalidad y la sensatez (rechazando pasiones y estando dispuestos a aceptar soluciones de pacto nunca plenamente satisfactorias a nuestro gusto) o nos vamos todos hacia la Nada total y absoluta. Este es (y no otro) el dilema fatalmente que se nos plantea: es el de hoy y el de los más que inciertos días venideros, si es que llegan.