El asunto de la guerra en Ucrania ha estallado en la calle con una versión programada y sensacionalista de los medios. Parece que a nuestro alrededor todo el mundo acata lo más visible y por lo tanto lo más fácil de asimilar dentro de esta sociedad del susto cotidiano. Ese nerviosismo por lo que sucede en aquellas latitudes, en esta Europa sin distancias, solemos despacharlo esparciendo juicios sobre los grandes titulares y comentarios a tutiplén que no han pasado por la letra pequeña y nunca podrán ser contrastados. Lo más cómodo es buscar un culpable, un gigante de cartón piedra hecho a la medida del trágico escenario. Pero no hay un Putin ni tampoco un Zelenski. Hay muchos putines que hacen putadas y muchos Zelenski que también las saben hacer. Ambos nos llegan con la boca llena de palabras patrióticas, a costa de la muerte del soldado anónimo.
Y detrás del soldado anónimo, moviéndose entre sombras, están manejando los hilos, los magnates de las finanzas, los de la guerra de los intereses bastardos, los que no quieren dar respuesta a todo un Niágara de preguntas. Hagamos historia. La Primera Guerra Mundial comenzó con el atentado de Sarajevo, en el que nadie en Europa y en el planeta, pinchaba o cortaba. ¿Se enfrentaron los Imperios Centrales? ¿El Imperio británico? ¿El Imperio ruso? ¿El Imperio japonés? ¿La Italia unificada? ¿La gran Francia colonialista? Todos metieron el cucharón en la caldera del diablo y el resultado fue, aparte de la destrucción general, todos aquellos millones de muertos tanto de la acción bélica como de la peste posterior que pasó a llamarse gripe española.
Llegada la paz y llenas las alforjas de los que se enriquecieron con el conflicto, la masa popular se puso contenta, aunque con la misma pobreza prebélica. Se les llamó los felices veinte, cuando algunos cantaban los tangos incluso en el cuarto de baño. Pero no acabó la década sin pasar cuentas y llegó el Crack de Wall Street, que de los Estados Unidos pasó sus miserias a todo el mundo, principalmente a una Alemania castigada que no levantaba cabeza. Todavía tengo en mi colección numismática billetes alemanes y austrohúngaros de mil marcos que llegaron a usarse para empapelar paredes. En aquel intervalo, los magnates de los instrumentos de matar iniciaron otra carrera del rearme que no dependía de ondear banderas sino de facturar millones, Y vino la Segunda Guerra Mundial.