Nos lo dejó dicho Antonio Machado: es propio del hombre necio confundir valor y precio. Cierto. Y es que al poeta no le tocó vivir en esta época en la que los nubarrones de la necedad, siempre amenazantes en cualquier área, suelen cubrir con especial dedicación todo lo relacionado con las tecnologías de la información (TIC). Reconozco que nunca me había parado a pensar en el precio que tienen artilugios e infinitas aplicaciones del asunto, entre otras razones menos importantes, porque no los necesito.
Pero días atrás me enteré, por ejemplo, de que cada búsqueda en Google le supone al planeta una emisión de 0,2 gramos de CO2. Y si tenemos en cuenta que,según cálculos admisibles, se producen 4,1 millones de búsquedas cada minuto, pues ya me dirán. Y luego los hay que opinan que los diccionarios y enciclopedias «salen muy caros». Pero coño, si amén de infinitamente más fiables, sólo exigen una inversión. Sigamos con lo que para mí fueron sorpresas. Cada vídeo que se ve en Youtube, cuesta un gramo y se calculan 4,7 millones por minuto.
Cada correo almacenado en el ordenador supone 10 gramos anuales. Lo de pasearse con un móvil en el bolsillo sale carísimo; acerca de lo que aporta, habría tanto que hablar para llegar, probablemente, a conclusiones en absoluto estimulantes desde una perspectiva mínimamente humanista. El problema puede llegar a ser de tal envergadura, que los propios informáticos están alertando de ello. Sugieren, por decir algo, que se eliminen las líneas de código que no son necesarias. Asombroso. Me pregunto si no resultaría más interesante, digamos, educar, concienciar a la gente al respecto.