Quizás las cosas se jugarían con mayor cordura en todo lo referente a la salud y la obsesión enfermiza que por alcanzarla y mantenerla la rodea, si escucháramos con serenidad, sin aspaviento alguno, el consejo de un viejo y experimentado médico: «vivir es cancerígeno». Introdúzcanse aquí todos los matices posibles, no obstante la conclusión final es la misma. Pero, claro está, en unas sociedades que tratan a quienes las componen como perennes menores de edad a los que hay que cuidar y aleccionar constantemente, las dificultades para discurrir y actuar con sensatez se multiplican.
Hemos asistido estos días al casi pueril rifirafe entre una Unión Europea que comenzó relacionando el consumo de vino con la aparición de cánceres varios, y unos industriales del sur de Europa, preferentemente de España, Francia e Italia, que se han batido en defensa de sus intereses. Y el juego ha terminado en tablas, como debiera ser sin mayores discusiones, el vino, en principio, no es medicinal ni venenoso. Es simplemente vino, lo cual no es poco. Y todo lo demás, pirotecnia de mercado. Los oncólogos que, dicho sea de paso, se han puesto últimamente muy pesaditos, han participado en un informe elaborado por la Organización Mundial de la Salud y que finalmente concluye que no existe un nivel seguro de consumo en cuanto a la prevención del cáncer.
Pero, pero, a la vez advierte que limitar la publicidad del alcohol a los menores, crear un etiquetado que avise de los riesgos sanitarios, y subir los impuestos de los productos alcohólicos, sí pueden colaborar en la prevención del cáncer. Como verán, recomendaciones todas ellas inspiradas por serios criterios científicos. Ay.