S i uno cualquiera se ha vuelto en los últimos tiempos extraordinariamente suspicaz en todo lo relacionado con la salud de la población y la gestión que de la misma llevan a cabo las autoridades correspondientes –lo de responsables ya es otra cosa– nadie podrá negar que existen sobradas razones para ello. Después de dos años de lo que ya saben, ridículos, exageradas medidas, y contradicciones incluidas, de lo único que el personal está completamente curado es de espantos. Y es por todo ello que llama la atención el despliegue informativo que en torno a un brote de gripe aviar detectado en Valladolid se puede encontrar en varios de los más destacados periódicos nacionales.
Se alerta acerca de que se trata de un virus de alta patogeneidad, y que a pesar de que su capacidad de transmitirse a las personas es reducida, se recomienda evitar el contacto con las aves que muestren síntomas, o se hallen muertas en el campo. Paralelamente, ha empezado la escabechina en las granjas (130.000, solo en Valladolid desde el mes de enero), los llamamientos ‘tranquilizadores' de las autoridades sanitarias, y los toques de atención de Greenpeace, que raramente se suele perder uno de estos saraos. En suma, tranquilos, pero...
Se diría que al igual que ocurre con ciertos tratamientos cuya recomendación final siempre incluye una dosis de recuerdo, actualmente al personal se le está como, digamos, advirtiendo. No se trata de un virus tan peligroso, lo sabemos. Pero, ya que tenemos a la gente acojonada y, como se ha demostrado, dispuesta a tragar lo que haga falta, ¿por qué no darle un toque de tanto en tanto? Así puede llegar a razonar una verdadera autoridad sanitaria, de esas que se usan hoy en día.