Les decía el martes pasado, con ese aplomo fruto del optimismo, que se aprobase o no se aprobase la reformita laboral pactada por Gobierno, patronal y sindicatos, y aplaudida por la UE, se acabaría de una vez esa tabarra política y podríamos pasar a otra cosa. Pues no, tampoco. Ni apostando a las dos opciones, a la cara y la cruz, acerté en el pronóstico. Y eso que era una apuesta segura. Pues aun así me equivoqué, y les pido disculpas, porque si bien tras el vergonzoso espectáculo parlamentario la ley fue aprobada, para nada se acabó el asunto, como sin duda estarán hartos de escuchar.
Hasta parece que ahora es cuando empieza en serio la gran gresca nacional a cuenta de esa reformita, con acusaciones de pucherazo y prevaricación de un PP fuera de sí, y las habituales amenazas de recurso al Tribunal Constitucional. No acierto ni una, y no por exceso de optimismo, sino por inconsciencia y desconocimiento de adónde pueden llegar nuestros diputados en uso de sus funciones. Al infinito y más allá. Casi una semana después, todavía me abruma la vergüenza de esa votación. Tanta, que me había propuesto no hacer ningún comentario (seguro que ya han escuchado demasiados), pero la necesidad de reconocer mi error periodístico, dado que fui yo quien afirmó que de un modo u otro se acabaría la murga de la reforma laboral, y ni de un modo ni de otro se ha acabado, al contrario, se ha montado la de Dios, me obliga a volver al asunto.
No había calculado la capacidad destructiva de nuestros diputados, ni sus niveles de iniquidad, que son el pasmo de Europa. Los que dijeron no por joder (ERC y PNV), confiando y rezando para que saliera el sí; los que pactaron el sí y en el último instante engañaron a todos, incluso a su propio partido; la derecha eufórica cuando creyeron que era no y habían ganado, cargándose de paso los fondos europeos. Todos, sin olvidar el repelente júbilo del Gobierno al constatar que su ley estrella salía por pura chiripa. Qué vergüenza.
Y la cosa sigue, porque nadie escarmentó. Toda vileza es posible con esta gente, y yo no lo sabía. Subestimé sus ruindades. No acierto ni una. Nos gobiernan el azar y la pifia. Quizá por eso preside el Gobierno un suertudo inverosímil. Ganaría a la lotería sin jugar. El viento le traería a la cara el billete premiado.