Uno, que proviene de lo que en el franquismo se dio en llamar extrema izquierda, y que se educó políticamente leyendo las Tesis de abril, el Qué hacer o el Dos pasos adelante y uno atrás de Lenin, es decir, en la necesidad de tener siempre presente en la estrategia y la práctica políticas el estado de la correlación de fuerzas y la oportunidad de la coyuntura política, no acaba de entender el guirigay de las izquierdas nacionalistas respecto a la reforma laboral a menos que recurra a otro texto leninista: el de que el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo.
Es bien cierto que la propuesta presentada por el Gobierno no pasa de ser una reforma de la reforma de Zapatero, que reformaba a su vez la muy miserable ley de Rajoy; y también es cierto que cada cual se debe a su público, y en no pocas ocasiones de manera servil. Pero es injusto no reconocer los avances que la nueva ley contiene en relación a la contratación y la negociación colectiva y la imposibilidad, por causas por ahora no resolubles, de restablecer los salarios de tramitación. La propia ministra ha asegurado que aún queda legislatura para incorporar nuevas reformas.
Claro que a uno le gustaría ver no una reforma, sino una abolición radical de lo anterior y un texto más progresista y acorde con las necesidades sociales, pero ni la correlación de fuerzas ni la coyuntura política lo permiten. Y eso seguirá siendo así mientras las izquierdas, tan burocratizadas y etéreas, no acaben de entender qué es eso tan gramsciano de la hegemonía social.