El próximo día 3 de abril, el dirigente húngaro Viktor Orbán se enfrenta a unas elecciones legislativas en las que,por primera vez a escala nacional, seis partidos se han unido a fin de desalojarlo de un poder en el que lleva ya cerca de 12 años. Consciente de que lo mejor en estos casos es recurrir al viejo, «divide y vencerás», Orbán ha urdido una estrategia que, con independencia del resultado que le dé, tiene mucho de cómica. Juntamente con las elecciones previstas, ese mismo día se celebrará también un referéndum propuesto por su Gobierno en el que se tratará de menores, reasignación de género y orientación sexual. Por resumirlo, las cuatro preguntas del referéndum «gancho» (¿cebo?) presentan a las personas LGBTQ desde un prisma negativo, vinculándolas a consecuencias y prácticas perniciosas.
El maniobreo es de los más sucios que darse puedan, ya que incluye la posible autorización de los padres a menores, los supuestos tratamientos de reasignación a seguir, a la vez que, entre otros asuntos, se pregunta acerca del apoyo a prestar contenidos determinados a los interesados. En conjunto, una chapuza del más repelente estilo carcundio que enlaza con la aprobación el pasado mes de Junio en el Parlamento húngaro -en donde Fidesz, el partido de Orbán tiene sobrada mayoría- de una serie de medidas que prohíben la promoción de la homosexualidad.
Realmente, la concomitancia del referéndum con las elecciones desnaturaliza la enjundia de las mismas. Padres e hijos forzados a hablar de minorías sexuales y de género ante unas urnas en las que se dilucida lo legislativo, pues tiene lo suyo, es decir, la turbia imposición de un dictador.