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La verdad no reconocida

| Palma |

Al igual que Hans Küng, a propósito de su libro ¿Tiene salvación la Iglesia?, «habría preferido no escribir» estas breves reflexiones. Ya había cubierto con creces mi cupo. Nada menos que tres libros, amén de múltiples artículos de prensa. ¡Un generoso esfuerzo despreciado por quienes tanto hablan de escucha! La cruda y escandalosa realidad me obliga a volver sobre mis pasos. A todos aquellos que con buena fe o con manifiesta hipocresía dicen no entender cómo es que los obispos en España, como colectivo, dan tanto de qué hablar, y no para bien, me permito recordarles el consejo que ya Gregorio VII daba a su legado, Hugues de Die, en Carta de 9 de marzo de 1078: «La costumbre romana consiste en tolerar algunas cosas y en silenciar otras». Han leído bien. En la Iglesia se ha tolerado, de modo sistemático, el abuso sexual y se ha silenciado la verdad. Esta es la realidad, que, para mayor vergüenza, se ocultaba y nunca se ha querido reconocer. Ni siquiera ahora.

¡Hipócritas y supremacistas, que han pensado que el capítulo sexto de Mateo no va con ustedes! Han corrompido la misión de Jesús y han propiciado que la credibilidad de la Iglesia se haya situado en sus cotas más bajas. A pesar de ello, todavía ofrecen resistencia para esclarecer, por fin, la verdad. No hace falta exhibir tanta insistencia en el error. Ya es más que sabido que ustedes «no soportan que nadie les diga lo que tienen que hacer» (J.M. Vidal). Gracias por la capacidad de escucha que exhiben y por su humildad (Mt 11, 29). ¡Virtudes proverbiales en ustedes! Pero, ojo al Cristo, que es de plata. Cuidado con los ‘pulsos' a la opinión pública. Porque de esto se trata. Va en ello su supervivencia y la muy escasa credibilidad que les resta. No vale eso a lo que son tan aficionados: retorcer los argumentos o insistir, a estas alturas y con la que ha caído, en que sólo representan un pequeño tanto por ciento del conjunto. Estas tácticas a la defensiva, lo siento por quienes las utilizan y representan, ocultan la verdad más escandalosa que hay detrás de la conducta clerical de abuso y del comportamiento de la Iglesia institución y sus líderes. Toda prudencia en el envite será poca.

¡Cuidadín!

Ya lo dijimos en 2020. La cumbre antiabusos de febrero de 2019 no quiso abordar la verdad de fondo. A partir de semejante renuncia, el lío ha sido monumental. Se ha incumplido el evangelio (Jn 8, 32). No se ha conocido la verdad ni se es libre, ni está en ello el Espíritu del Señor (2 Cor 3, 17). Al contrario, la verdad de lo ocurrido siempre les sigue señalando con el dedo y cada paso adelante intentado sólo ha servido para complicar aún más la situación. ¿Qué había que ocultar tan grave para que se impidiera afrontar la verdad de lo ocurrido? ¿Qué es lo que estaba en juego, que no convenía airearlo?

La verdad, sin duda, pasaba por reconocer que lo ocurrido no podía entenderse sin la presunta orientación o, al menos, consentimiento de Roma. ¿Cómo, entonces, señalar con el dedo, como se hizo, a quienes, presuntamente, cumplieron con la orientación romana? Aunque tenían una cierta responsabilidad, ¿eran los únicos y solos responsables? A mi entender, no. Ni mucho menos. Pero, sobre todo, se ha de decir que reconocer lo ocurrido hubiese supuesto la puesta en entredicho, por ejemplo, del pontificado de San Juan Pablo II. ¿Acaso no existió en el mismo el abuso sexual del clero? ¿Acaso la gestión al respecto no era competencia del Prefecto para la Doctrina de la fe, Joseph Ratzinger (1981-2005)? ¿Acaso no se encubrieron los abusos? Y, al margen de iniciativas dignas de reconocimiento, ¿qué decir de la gestión de los abusos en el pontificado de Benedicto XVI? Una cosa, sin embargo, parece muy clara: No existió nunca una resuelta voluntad político-eclesiástica de acabar con dicha lacra sacrílega.

Ahora valoren ustedes, amigos lectores. ¿Qué credibilidad puede otorgarse a una institución que comete tales desafueros y, además, no pueden juzgarse ni tan siquiera mencionarse? Ninguna. Al menos, señores obispos, no den más motivos de crítica. Sacrifiquen lo que sea necesario, reconozcan los hechos y resarzan a las víctimas.

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