Hace ya décadas se escuchaba a Gore Vidal aventurando la decadencia de un imperio norteamericano que, incapaz de renovarse, perdía su energía y marchaba hacia su final. A imperio muerto, imperio puesto; diría siempre el más audaz. Bueno, pues en algún sentido es así. A la chita callando, sin teatrales exhibiciones de fuerza, ni impopulares intervenciones en otros países, China está muy a su manera adueñándose del mundo o, si se prefiere, creando su futuro imperio.
Actualmente, más de setenta países de todo el mundo tienen contraída con China una deuda equivalente como mínimo a un 5 % de su PIB. Se trata de países de rentas medias y bajas que, en su momento, aceptaron préstamos de Pekín a fin de contar con las infraestructuras que les permitieran crecer. Obviamente, ello supone una cierta pérdida de soberanía, lo que los convierte en una especie de colonias del nuevo sistema internacional que la gran China viene construyendo poco a poco. De pronto, China ha ganado mucho poder y se mire como se mire ha colonizado África, Asia Central y un buen número de países suficientes para comprometer el dominio norteamericano en el área del Pacífico y del Caribe. Ni especulación interesada ni futurismo desbocado.
Entre el año 2000 y el 2017, China financió un total de 13.427 proyectos en 165 países por un valor de 845.000 millones de dólares. Y conste que tales datos proceden de un estudio elaborado desde una universidad norteamericana. En suma, el siglo XXI está preparado para admitir a una China soberana, contando, eso sí, con una Rusia doméstica. Y Europa, ah Europa, en realidad el Viejo Continente nunca alimentó la pretensión de convertirse en potencia dominante.