Dónde va a parar una pastilla, pequeña, blanca y plana, de las que hay que tomarse todos los días, cuando al intentar sacarla oprimiendo la burbuja del traicionero envase plastificado con el pulgar, salta igual que una liebre, rebota dos veces en el suelo, y se pierde para siempre Dios sabe dónde? Buena pregunta, porque este fenómeno ocurre con exasperante frecuencia, para sorpresa y desespero del enfermizo usuario. No va a parar debajo de la cama o el sofá (lo he comprobado, 42 horas de investigación), ni sale volando por la ventana; tampoco se desliza debajo de las puertas. Va a un universo paralelo, con otras leyes físicas, otras tradiciones y una moral diferente en el que nada está en su sitio.
Abundan ahí los bolígrafos, los encendedores, los libros, las maletas, las monedas de diez céntimos, las exnovias, los archivos de memoria, las cartas y fotografías, las cucharillas, los paquetes de cigarrillos, las gafas, las hojas secas de castaño y toda clase de objetos y cosas perdidas, incluyendo ideas, palabras y pensamientos que, al igual que las pastillas medicinales, desaparecieron un día sin dejar rastro. Probablemente también está allí la falange superior del dedo anular de mi mano izquierda, pero de eso no hablaremos. No pregunten dónde está eso; está en el universo fantasmal de las cosas que hubo y no hay. Se extinguieron como pájaros dodo. Ya no están, se acabó, no le den más vueltas. Es como cuando en los debates políticos o ideológicos, incluso si se refieren a cuestiones de justicia, dignidad y derechos humanos, resulta que todos los argumentos son económicos. Cuestión de dinero.
O dan dinero, o no valen nada. ¿Dónde están los razonamientos filosóficos, las verdades del conocimiento? Efectivamente, en ese universo paralelo, con otras leyes y costumbres, donde a mí me han desaparecido docenas de libretitas, gafas, amantes, audífonos, monedas y palabras. Además de pastillas, claro está. Ahí la velocidad de la luz es de 27 kilómetros por hora, como si fuese en bicicleta, por lo que cuesta ver algo. Yo ni lo intento. Saco otra pastillita de su burbuja y listo. Dicen que ninguna criatura inteligente desea algo que no existe. Pues eso.