Valtònyc fue condenado por la Injusticia imperial a tres años y medio de cárcel por una canción, y decidió exiliarse a Bélgica, uniéndose, junto al expresidente Puigdemont y otros exiliados catalanes, para la lucha contra la fraudulenta Transición franquista del Imperio español. Conociendo su canción, nadie, y por supuesto incluyéndome a mí, hubiese podido creer que en solo cuatro años se podría convertir en uno de los pilares de dicha lucha. Porque la canción, aunque la Justicia democrática europea no la considere penal bajo ningún punto de vista, artísticamente es un bodrio sin paliativos. Hasta tal punto que su abogado Gonzalo Boye, cuando Valtònyc recibió la sentencia belga negándole la extradición, le dijo, «ahora ya solamente te falta aprender a cantar». Comentario tan justo y necesario que incluso él lo recibió con regocijo, humor y como un honor. Porque ya había puesto su camino de rapero en segundo plano y había decidido dedicarse a la informática; además de su circunstancial colaboración con los demócratas catalanes.
Su integración en el conjunto de catalanes exiliados ha sido muy beneficioso para ambas partes. Para él porque ha podido recibir un soporte logístico del cual actuando en solitario hubiese carecido. También lo ha sido para los demócratas catalanes, porque al actuar en un plano más solapado puede realizar acciones que a ellos no les convendría acometer, ya que deben mantener una corrección máxima, porque en el terreno de la inmundicia llevarían las de perder. Por dos razones, la primera para diferenciarse de los imperialistas, los cuales son incapaces de realizar nada que no sea deplorable; y la segunda, porque su finalidad es conseguir una República lo más limpia posible de asuntos perversos. En cambio Valtònyc puede hacer observaciones y acciones inoportunas porque es un extraño. Como ejemplo, después de conseguir la negativa de extradición por parte de la Justicia belga se pudo permitir el lujo de ir a la embajada imperial y ante el rótulo de la misma fotografiarse haciéndole una mofa. Esta foto es muy estratégica porque los imperialistas perciben muy poco en el campo del pudor; pero muy claramente en el campo de las impudicias.
Todos los comentaristas coherentes, es decir, los no imperialistas, han celebrado la actuación de Valtònyc en el exilio y la han considerado muy útil para desmembrar un Imperio que no puede ni quiere rehabilitarse. En Mallorca no se ha notado en exceso, porque, tal como la definió tan acertadamente Antoni Serra Bauçà hace ya mucho tiempo, es la Terra Inexistent, y en la inexistencia no hay ninguna posibilidad de enterarse de nada. Valtònyc debería ser un estímulo para los jóvenes mallorquines que todavía no son imperiosos y que sean capaces de ver que su tierra es exprimida en todos los ámbitos hasta la extenuación, y que su cultura está sometida a una cultura forastera, opresora y decadente que lo único que le proporciona es más inexistencia y más sometimiento, hasta llevarla hasta el desvanecimiento absoluto.
La negación belga a su extradición ha dado a Valtònyc un provecho doble. Primero, porque ha podido demostrar su inocencia, algo que quedándose aquí nunca hubiese podido conseguir, porque el Imperio solamente exime a los espíritus oprimidos, a los libres los quiere estrujados. Segundo, porque tiene el honor internacional de haber conseguido suprimir la ley de injurias a la corona en el código Penal belga. Además, habiéndose quedado, sería una víctima más del terror imperial; y este terror, de momento, tampoco altera a los políticos de la Unión. Por esto es clave el exilio, porque la Justicia es la única garantía eficiente contra los abusos imperiales.