Cada año desde el Foro Económico Mundial de Davos se elabora el denominado Global Risk Report que, entre otras cosas, pasa revista a la situación de la economía del planeta y aventura datos con respecto al futuro de la misma. En Davos confluyen los más importantes empresarios y líderes –más de mil representantes de la política, de la empresa y de las instituciones– para analizar cómo están las cosas en ese mundo de todos, lo cual es hasta cierto punto un decir, puesto que el mundo y el gobierno del mismo no pertenece a la mayoría sino a ellos. Son los grandes patrones del capitalismo, la flor y nata de ese entramado financiero que en definitiva acaba por influir en la vida del común de los habitantes de la Tierra. Deciden lo que hay que hacer y deshacer, adoctrinan a los gobiernos, se preocupan de los problemas generales, comandan en nuestra salud y en nuestro bolsillo.
En su más reciente informe global se han mostrado pesimistas y no crean que ello se ha debido al análisis de cuestiones que en anteriores informes centraron su atención, como las relacionadas con temas sanitarios o con el terrorismo. No, los de Davos se han vuelto muy verdes. Lo medioambiental les preocupa y no particularmente porque hayan desarrollado una especial sensibilidad al respecto, sino porque un proceso desordenado hacia un nuevo modelo en enfoque del asunto puede afectar directamente a sus negocios. ¿Ven qué fácil?
Su temor a que las empresas no esté preparadas para los cambios que deben producirse en pos de regular el cambio climático, les tiene aterrados. Y eso que en el fondo tendrían que estar satisfechos, ya que la élite de Davos no se ha empobrecido durante la COVID-19. Pero es que ellos están ya en otra fase.