Hasta hace poco tiempo quienes pretendían ridiculizar a Brigitte Macron sacaban a colación sus preferencias por los modelos de Louis Vuitton, o su decisión a la hora de cambiar la vajilla del Elíseo. Pero, claro, ese es material de poca consistencia si se trata de herir en serio, estando ya cercanas las elecciones de abril y, muy especialmente, teniendo en cuenta la receptividad de una sociedad francesa siempre próxima a argumentos que refuercen las posturas antisistema –recuérdese el empuje de los «chalecos amarillos»– quizás impulsada ahora aún más en estos tiempos de general incertidumbre en los que se admiten bulos antes inimagi nables.
Así pues, desde hace un tiempo la fake new –y en este caso vale la pena conservar el idioma original por su estrategia copiada de las difundidas por Trump– que aspira a imponerse consiste en establecer que Brigitte es un transexual que nació con el nombre de Jean-Michel Trogneux. La historia en sus detalles parece tan endeble que incluso en círculos pró ximos a Marine Le Pen, o al «venenoso» Eric Zemmour, se guarda silencio, por más que tampoco se descarta que, particularmente el segundo, guarde alguna relación con el bulo.
Entendámonos, la relación entre el presidente de Francia, 48 años, y su mujer Brigitte, 68 años, unida a las especiales circunstancias, él alumno de ella, en que nació su trato sentimental, se presta, obviamente, a la especulación dañina dirigida mayormente a desprestigiar la figura de Emmanuel Macron. No obstante, y ya bien entrado este siglo de las sorpresas, uno tiene derecho a preguntarse: ¿Y si lo fuera, si Brigitte fuera realmente un transexual? ¿Perdería Macron todo prestigio, y Francia su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Qué tontería, no? Pues eso.