Cerramos 2021 con la sombra de la pandemia de nuevo en el cogote, instalada en las neuronas como alimento para la parálisis. La enfermedad llegó como una inesperada tragedia transformada en valiosa arma política para el control de la ciudadanía. Decimos adiós a un año que prometió la vuelta a la normalidad y que parece dar la bienvenida a otro de incertidumbre. Y mientras tanto, hemos comido menos turrón que medidas insólitas, porque el virus, tan real como las 89.000 muertes de este año, ha permitido legitimar decisiones extraordinarias. Se ha convertido en aliado para recortar derechos y para ser una sensacional cortina de humo, no creada pero sí aprovechada, para multitud de acciones impopulares que nos estamos comiendo sin miedo a atragantarnos. Y sin rechistar.
El tupido velo de los casos de coronavirus ha permitido, para ventaja de los gobernantes, que pasen sin pena ni gloria, es decir, sin oposición social, temas de alta relevancia. El término cortina de humo tiene origen militar, aludiendo al humo que es provocado para impedir al enemigo ver los movimientos de tropa propios. En la esfera política, entendemos que es toda acción consciente para desviar la atención de la gente e impedir que se focalice en temas importantes. El problema de las cortinas de humo es que no pueden demostrarse salvo que haya una filtración que revele la estrategia. Y la vida, Estados Unidos y sus secuaces han demostrado que no habrá paz, sino cadena perpetua, para los que destapen la verdad.
En Wag the Dog, Barry Levinson cuenta cómo el presidente norteamericano inventa una guerra con Albania para minimizar el impacto ante la opinión pública de un escándalo sexual días antes de las elecciones. Es ficción, aunque la semejanza con la realidad quizá no sea mera coincidencia si recordamos el caso Lewinsky y los bombardeos de EEUU a Sudán y Afganistán el mismo día que la becaria declaraba ante el gran jurado en la corte suprema.
Cerramos 2021 con la absolución de la Administración en el robo a la ciudadanía en dos asuntos que asaltan los bolsillos de los contribuyentes en un contexto de inflación por las nubes: la factura de la luz, que en diciembre se ha quintuplicado respecto a 2020, y la burla a la inconstitucionalidad del impuesto de plusvalía, que nadie podrá reclamar retroactivamente, sin ni siquiera respetarse los cuatro años de prescripción, el plazo para todo hijo de vecino que puede ser perseguido por cualquier incumplimiento fiscal. A saber de cuánta manipulación habremos sido víctimas. El puñetazo del coronavirus es magnífico caldo de cultivo para las estrategias que denunciaba Chomsky. Y muchas en connivencia con los grandes grupos de comunicación del mundo.