Hay cosas que sólo se pueden hablar con determinadas personas y lenguajes para cada una de esas personas. No me refiero a los no amigos, no compañeros, no camaradas. Sólo a los íntimos, a los que no necesitan sino un puñadito de palabras para entenderse porque ese puñadito encierra claves. A.D y yo aprendimos a conversar así en innumerables comidas, cenas, y noches de copas, no importaba que hubiera terceros, lo nuestro era rotundamente cómplice. Mira que éramos diferentes, en todo, y tú persistías en decir a la gente que apenas nos conocía que éramos hermanos. Algunos hasta se lo creían. La personalidad de cada cual no es motivo de distanciamiento sino al contrario. Los años y los kilómetros lo absorben todo.
Y ahora cuando transcurren los años de tu fallecimiento me da por pensar todo lo que tengo que decirte, contarte y todo lo que tengo que preguntarte porque sabes un montón de cosas que a mí me interesan. Y te busco, te llamo e insisto en mi búsqueda. Y entonces recuerdo que el último día que nos vimos fue en la Navidad de 2019. Desayunamos en una cafetería de la plaza París, me contaste que leías las obras completas de Shakespeare, me regalaste un libro de relatos, me preguntaste si la última vez que nos vimos me habías interrumpido cuando yo te estaba contando la historia de Huracán Carter. Me pedías perdón. Días atrás habías visto la peli protagonizada por Denzel Washington.
Me contaste que estaba basada en un libro de Carter llamado El asalto 16. Y luego, en un alarde de sinceridad, me preguntaste: ¿fue así? ¿Me contabas la historia de Huracán Carter? No, creo que no, te respondí, hablamos de Burnett, el autor de La Jungla del Asfalto. Nos echamos a reír y me dijiste: se me va la olla, tanta química. Pocos días después me avisaron que ya no estabas.