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Todo por las patrias

| Palma |

De niño y adolescente en el colegio de curas franquistas, tuve durante siete años una asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional (FEN), que impartía con cierta desgana el mismo profesor de gimnasia, un vigoroso militar falangista de modales exquisitos, cantante de himnos, devoto de la Virgen María y que jamás reprendió ni suspendió a nadie, ni menos le levantó la mano. Al contrario que los curas, ya que su disciplina, como la gimnasia, era de adorno. Aun así, aunque nadie leía los gruesos libros de FEN y mi espíritu nacional nunca llegó a nacer, aprendí muy pronto, por el roce, lo que es el nacionalismo.

Español, en este caso. Una cosa disparatada, como una especie de asas en la cabeza por donde sujetar y manejar a la gente (artefacto muy útil para todos los gobiernos), y que naturalmente tiene que formarse a conciencia casi antes de que te acaben de salir los dientes. Luego, por otras asignaturas (historia, geografía, filosofía, incluso gramática y literatura), me convencí de que el espíritu nacional estaba en todas partes, empapando el mundo, y que todos los nacionalismos son idénticos, y no han cambiado nada en tres mil años. Me preguntaba hasta cuándo duraría esta monserga universal, pero jamás me habría figurado que más de medio siglo después, y ya anciano, estaríamos en las mismas.

O peor, porque el nacionalismo español es ahora tan dominante como en el franquismo (y sin profesores de FEN de modales exquisitos), y a él se añaden unos patriotismos europeos muy agresivos, de ultraderecha, así como los múltiples nacionalismos de nuestro Estado plurinacional. Todos de derechas, pero como no hay derechas ni izquierdas, sino sólo nacionalistas, el lema ‘Todo por la patria' se ha convertido en ‘Todo por las patrias'. Fantástico, menudo progreso. Multitudes con asas en la cabeza, y no de adorno. Hasta nacionalismo madrileño tenemos. Créanme, sé lo que digo. Estudié durante siete años Formación del Espíritu Nacional. Quedé vacunado de ese espíritu maligno para siempre, y de los sentimientos de identidad que genera. Y ahora resulta que es el espíritu que manda en este planeta. ¡Todo por las patrias! Pronto no habrá rincón poco espiritual donde esconderse.

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