Terminan un edificio de cuatro plantas en Joan Miró. Es como un cajón sin balcones ni terrazas, una simplicidad sin gracia, quizá destinado a turistas de fin de semana. Su vista agobia y tiene como un punto claustrofóbico que te hace pensar «yo no viviría ahí». Puede que opte a un premio de arquitectura por funcional. Tal vez sea un negocio de mínimo coste que desprecia la contaminación visual. El Ayuntamiento no se mete con las fachadas nuevas. Libertad de creación. Y qué decir del arte, pues que parece que molesta. Me refiero a la cansina polémica sobre el hotel Artmadams por ese mural que ilumina las paredes y alegra la calle.
Está cerca del mamotreto de Joan Miró y sujeto a borrado o lo que sea. Me pregunto qué pasaría si lo firmara Banksy. La otra tarde vi cómo un turista fotografiaba por fuera y por dentro, una galería de arte, este hotel sujeto a batallitas burocráticas porque, dicen, es una edificio de autor. Cort debería agradecer esta iniciativa de sensibilidad artística que favorece a la ciudad y al turismo. Quizá le falta iluminación –led, de bajo consumo, naturalmente– para resaltar la obra.
Recomiendo a los estetas del Ayuntamiento que repasen los edificios públicos y privados, los hoteles en grandes capitales del mundo que tienen pinturas en sus fachadas, aunque hay quienes no los soporten, como no tragaron a Picasso, Miró o Tàpies, por citar a cercanos. Cercano es Gustavo, criado en Mallorca, con murales en hoteles y edificios alemanes que llevan su nombre. Hay por ahí un eslogan comercial que incita a abrir la mente. Hacedle caso.