En Italia han declarado monumento a un coche estacionado casi cincuenta años en la misma calle de la localidad de Conegliano. Es un Lancia Fulvia del 62 el que ha recibido tal honor. El dueño se llama Angelo Fregolent y tiene 94 años de edad. Lo aparcó un día de hace 47 años delante de su negocio y hasta hoy. Tal vez el bueno de Angelo trabajaba a destajo y no le quedaba tiempo de playas ni de montañas, ni tan siquiera de darse un garbeo por la ciudad o irse de picos pardos hasta las tantas de la madrugada. Presupongo que Conegliano es una ciudad pequeña a la que se llega caminando a todas partes. Angelo Fregolent lo dejó ahí quizás porque los partidos del Milan o del Inter siempre eran retransmitidos por la televisión. Tampoco sabemos si en los primeros tiempos la gente le escribía con el dedo guarro en el parabrisas ante la cantidad de polvo acumulado, hasta llegar a hoy, que de guarro ha pasado a honorable anticuario y el Lancia objeto de veneración.
Hace unas semanas, estuve asistiendo a un hecho similar. En las inmediaciones de la Sala Augusta, de Palma, se hallaba una botella de cerveza abandonada en una esquina. Día sí, día también, cuando caminaba o regresaba a casa, me encontraba con aquella cerveza erguida como una diminuta estatua ostentando la palabra Mahou en su etiquetaje, lo que daba prueba del gusto del individuo que la abandonó, a medio consumir, como se abandona a un noble animal de compañía. Sin embargo, de repente, hace unos días desapareció y yo tuve que girar la cabeza para ver si me la había pasado de puro despiste.
Pero, no, no estaba y nunca sabré si alguien decidió abortar el inicio de un monumento que de aquí a 50 años sería objeto de reverencias o, simplemente, la botella, harta de ser expuesta, tomó las de Villadiego.