La avaricia del mundo desarrollado nos ha llevado a la variante ómicron, de la que aún no sabemos su dimensión clínica. En todo caso, tendrá una capacidad infecciosa muy superior a las anteriores. Si analizamos la procedencia de las últimas mutaciones, veremos que todas vienen de países subdesarrollados. Los niveles de vacunación en estas áreas son paupérrimos. Y la poca generosidad del mal denominado primer mundo la pagamos todos.
Pone en jaque nuestra salud y lleva al límite la salud emocional de una población agotada de tanta presión y limitaciones. Pero, además, hablando con el único idioma que entiende la clase dominante: la economía, de trágicas consecuencias. Sólo su anuncio ha provocado un cataclismo en Bolsa, bajada de reservas en el turismo, otro revés en todo el tejido empresarial de los servicios y que afecta obviamente de forma más grave al pequeño comercio.
Todo era evitable si se hubiera dotado al Tercer Mundo de la vacunación necesaria: el Monoply de los Estados dominantes con el debilitamiento de EEUU en contraposición a la emergente nueva primera potencia China. Cada una moviendo peones; conjugado con un momento de transición energética que genera movimientos estratégicos muy potentes, como la guerra del gas, donde Rusia juega fuerte. Alemania se abre al interrogante tras la salida de Merkel. Marruecos y Argel, enfrentados con el apoyo americano o de Rusia e Irán. Mientras, los pobres ciudadanitos asustados vemos como se dispara la inflación.