Vivir los últimos años del franquismo y la transición a la democracia fue una experiencia que a los de mi generación el azar nos regaló. Fueron un conjunto de acontecimientos de enorme transcendencia; unas vivencias que, con el paso del tiempo se agrandan en el recuerdo. Un hito histórico en el que el rey Juan Carlos, hoy en el ostracismo, tuvo un papel fundamental, sine qua non. Pudimos ver, nada menos, como se transitaba de una dictadura a una democracia de un modo ejemplar, impensable; sobre todo si se confronta con la historia contemporánea de España. Por eso el acontecimiento en sí mismo ya puede considerarse un momento estelar –y también crucial– de nuestra historia. De esos que se dan solo en contadas ocasiones, y que a sus artífices se les recuerda mitificados.
Vimos legalizar el PC, que había contendido en la Guerra Civil. También la reaparición del PSOE, que estuvo missing después de aquella hasta su regresó de Suresnes; el cual, para hegemonizar la izquierda, se presentó más radicalizado que el PC, hasta que en el congreso de Valencia adoptó la socialdemocracia. Estando en aquellos momentos por la ruptura en vez de por la reforma, como estuvo la UCD.
Tan insólito como la legalización del PC, ocurrida un Viernes Santo, fue el ‘suicidio' político colectivo de los consejeros nacionales del Movimiento; institución donde habitaban los franquistas ‘pata negra', llamados los cuarenta de Ayete. Cargos vitalicios que tenían encomendado la custodia de las esencias del régimen, a lo que, sin embargo, renunciaron. Y lo más digno de mención, sin duda, fue la actitud del rey Juan Carlos, que voluntariamente se desprendió de todos los poderes que le había trasladado Franco, al tiempo que iba abriendo la puerta a la constitución de 1978. La que, aunque salida del posfranquismo terminó siendo la mejor y más democrática de las que hemos tenido. Fruto del consenso político y aprobada por referéndum de la nación. Lo que no puede decirse de las otras seis que hemos tenido en el pasado. Lógicamente cuarenta y tres años después de su promulgación, es evidente que puede precisar algunas reformas para su mejora. Si bien para afrontarlas, en primer lugar, debiéramos volver a los acuerdos y actitudes personales de cuando se aprobó. Lo que hoy por hoy, no es, en absoluto, posible. Los momentos estelares no son de fácil repetición.