Llevamos una temporada larga, muy larga prestando una atención casi exclusiva a los profetas de un futuro que, avasalladoras tecnologías no siempre útiles y amenazas de nuevas patologías y olas u olitas de las mismas, nos tienen a los ciudadanos en constante grito. Entre profesionales de la sanidad que más parecen encargados de supuestas cátedras ambulantes de ética, autoridades de todo tipo desorientadas ante un exceso de información que no saben como interpretar, y unos medios de comunicación que contribuyen al desbarajuste prestándole oído a mucho disparate, lo cierto es que los ciudadanos andamos desnortados. Quizás sería este el momento idóneo para atender a otras voces, más claras, más contundentes, presumiblemente más libres. Escuchemos, por ejemplo a Jan Eeckhout, autor de un libro, The profit paradox, convencido de que los monopolios digitales frenan el progreso, la innovación y aumentan la desigualdad, gracias al poder político que compran a fin de consolidar su dominio.
La digitalización, innovadora en los años 80 y 90, ha sido ahora secuestrada por monopolios que frenan los sueldos, generando polarización social, y conflicto. A partir de entonces, ha decrecido el número de empresas tecnológicas, ya que esos colosos digitales las compran y las cierran, acaparando y evitando la competencia. Se acabó lo del gratis digital, porque cuando en internet te regalan algo es que tú eres el producto, la mercancía, se han quedado con tu tiempo y tus datos. He ahí la «paradoja del beneficio», cuánto más gana una empresa peor paga. Yo no digo que Eeckhout acierte en todo, pero vale la pena estar atentos a investigadores como él.