En los círculos próximos a Silvio Berlusconi se empieza a tomar como una pesadilla la reciente insistencia de su sueño por convertirse en presidente de la República de Italia, después de haber sido primer ministro en tres ocasiones. El actual presidente, un hombre cabal, Sergio Mattarella, que ha prestigiado el cargo aportándole autoridad moral en tiempos de desatado populismo, ha anunciado ya su intención de respetar el fin de su mandato, en enero próximo. Y ahí, a sus baqueteados 85 años, asoma un Berlusconi en el que parece cumplirse el viejo dicho de que en algunas ocasiones, el miedo de los demás incrementa la audacia. Su último «triunfo» ante los tribunales –la absolución del pianista de sus fiestas «bunga bunga», acusado de aceptar sobornos a cambio de silencio– parece haberle dado nuevos arrestos.
La verdad es que reconocido esa especie de inconsciente cinismo que caracteriza su personalidad no necesitaría de más apoyo. Berlusconi es capaz de sentirse heredero natural de presidentes como Oscar Luigi Scalfaro, Carlo Azeglio Ciampi, Giorgio Napolitano, o Sandro Pertini, amén del ya citado Sergio Mattarella. Todos ellos velaron, con su aciertos y equivocaciones, por la unidad de Italia y por su Constitución. Todos, también, persiguieron ejercer un arbitraje entre las fuerzas políticas. Así, todos prestigiaron la presidencia de un país, que ahora el habitualmente sectario Silvio Berlusconi «sueña» con hacerse suya. Es de temer que reconocida su trayectoria política, incluso el desapego con el que ocasionalmente se ha referido a la presidencia de la república, de lograr su empeño, éste resulte...