El otro día, en esta misma columna, comentaba el radical cambio de mentalidad en la nueva generación. Algo que me alegra, que se destierren tabúes, vergüenzas, obediencias debidas. Y entre ellos, uno muy importante: derribar las machadas. Esas burradas que han hecho toda la vida los hombres amparándose en el mero hecho de serlo, es decir, de tener un pellejo colgando entre las piernas; un criterio tan anormal que resulta inconcebible que se haya considerado sagrado durante milenios.
Ahora, el estado de California, que es pionero en muchos aspectos en la legislación estadounidense, ha decidido considerar delito de agresión sexual el hecho de que un hombre se quite el condón durante el acto sexual sin advertírselo a su pareja. Ante algo como esto, lo que yo me pregunto es qué tienen en la cabeza los tíos que deciden hacer algo así. Y cómo de frecuente debe de ser esta práctica para cuando ha llegado al legislador, que supongo yo que tendrá cosas más importantes que hacer.
Deduzco, pues, que es algo tan corriente, que ocurre y se denuncia tan a menudo, que las autoridades se han visto obligadas a tomar cartas en el asunto. Y entonces, la pregunta es qué clase de hombres son estos. ¿Depredadores a los que les importa poco o nada la salud sexual de sus compañeras o compañeros de cama? ¿Imbéciles que desprecian la posibilidad de un embarazo no deseado y las consecuencias que conlleva para la mujer? ¿Tarados que desprecian hasta ese punto a su compañera sexual como para engañarla en algo tan delicado? Y después viene la pregunta consiguiente: ¿Qué clase de mujeres y hombres eligen como compañero de cama a individuos de tan bajísima calidad humana?