No éramos conscientes, pero el mundo de confort, bienestar y tranquilidad en el que vivimos depende del precario equilibrio de muchas variables. Una de ellas apenas la teníamos en cuenta: el suministro de bienes, las cosas, millones, que llegan a diario a los comercios, desde lo que comemos a lo que vestimos, el tinte con que nos teñimos las canas, la anestesia que nos ponen en el dentista, la maleta que llenaremos para el próximo viaje… hemos creado un mundo tan cómodo y placentero que necesitamos miles de cosas a nuestro alcance y nos parece lo más natural, aunque no lo es. Ni de lejos. La mayor parte de esas cosas que usamos a diario o de vez en cuando, pero que consideramos imprescindibles en nuestra vida, llegan desde el otro confín del planeta y lo hace por mar, en enormes contenedores que se acumulan en los mayores puertos del mundo. Luego se desplazan a bordo de camiones que, por fin, alcanzan las Islas, los comercios y, al final, nuestro hogar. Hoy ese equilibrio está en jaque.
Por diversos factores, esas malditas concatenaciones de concausas que acarrean un problemón. No se dice en voz demasiado alta, porque a nadie le interesa el pánico o la angustia, después de lo que ya hemos pasado. Pero ahí está: una crisis de suministros del copón. Quizá lo notemos más estas Navidades, cuando veamos que el regalo perfecto para el niño no está en ningún sitio, o lo comprobemos antes, el próximo Black Friday, porque los cachivaches de moda no llegan a los estantes de las grandes superficies. Nada de eso es relevante al nivel del consumidor, pero sí para el empleo y para el dueño de la tienda. Dicen que se arreglará en dos años, pero habrá que ver qué efecto en la economía tiene todo esto.