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Los referéndums, la voz del pueblo

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Decir que una sociedad como la española está cohesionada en cuerpo y alma y en torno a una idea de uniformidad nacional, dogmática y más eterna que permanente es no ver más allá de nuestros órganos olfativos. ¿Acaso no nos habla la misma Constitución de nacionalidades y regiones? Es evidente que se tendría que precisar en los papeles de lo que se considera la legalidad básica y el credo heredado de los tiempos de la Posguerra civil que es lo que define, oficialmente, eso de las nacionalidades o regiones. ¿Qué es? ¿Una simple lección de historia? ¿Lo que es pero no es? ¿Lo que vale o no vale según nos convenga? ¿No será que los padres de la patria jugaron a ambigüedades para salir del paso y ellos solos se hicieron un lío de peligroso lenguaje, tratando de contentar, sin conseguirlo, a todas las fuerzas políticas? Contradicciones evidentes. ¿Puede existir, en su pureza, un marxismo monárquico? ¿Se puede mostrar un socialista como una especie de nostálgico de la derecha? Lo cierto, o que parece cierto, ya que aquí nadie parece aclararse, es que tanto los que votamos en los comicios como los que desisten de hacerlo, encarnan un derecho inalienable en toda democracia y este derecho se extiende a los períodos de la duración de una legislatura como son los referéndums, la indiscutible voz de voces populares en una determinada tesitura. Porque el referéndum salta por encima de los discursos programáticos de los partidos políticos, tan proclives a consagrar el sofisma de donde dije digo dije Diego. Y ese Diego es una burla al elector. En realidad parece como si los que dicen representarnos quisieran quitarnos de la mente, entre gobierno y gobierno, la pasión política que según unos fomenta el sano debate y según otros la tóxica discordia. Entonces se nos llamará panfletarios por poco que asomemos la nariz, iconoclastas, elementos incómodos e incorrectos. ¿Quién desde arriba o desde abajo, profesionales de la cosa pública, no aguijonean nuestras mentes para que no podemos desenmascarar las trampas que se esconden bajo las apariencias de un discurso falsamente redentor? Aquellas grandes palabras, palabras altisonantes, inventadas para crear confusión, y que dicen, una vez y otra, que van a rescatar a los españoles de no sé qué. Puede que todo, en el fondo, pueda haber miedo de la casta, miedo cerval a romper esquemas y clichés.

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