La prensa informa: «Nuevo fin de semana récord en la llegada a Baleares de pateras, cargadas de inmigrantes». Las mujeres que llegan en la embarcación llegan embarazadas. Embarazadas salen de sus países tras la concepción por que, desde el instante mismo en que la mujer pisa nuestras costas, el nasciturus –que así se denomina jurídicamente al concebido no nacido– ya está protegido por el derecho español y así será hasta que cumpla la mayoría de edad y decida, por sí mismo, si desea o no adquirir la nacionalidad española y, con ello, potencialmente, la de cualquier país perteneciente a la Unión Europea.
Esa misma Unión Europea, sin embargo, ofrece todo tipo de estímulos a la mujer local para abortar. Esa política es auspiciada por las Naciones Unidas, Europa y Norteamérica, mientras América del Sur se debate en una pelea desesperada, encabezada por los movimientos provida, tratando de salvar –valga la redundancia– el futuro de sus futuros hijos porque el porvenir de un mundo sin hijos es un devenir sin porvenir.
No es fácil para una madre soltera, para una niña violada o para una persona inmigrante criar un hijo sin ayuda. Cierto. Pero los mismos recursos que se destinan a la creación de clínicas de abortos se pueden destinar a becas, alojamientos y, sobre todo, a entregar la natural ternura que todos sentimos cuando vemos un vientre en estado de buena esperanza porque eso es lo que son, nuestra esperanza, y eso lo que sentimos cuando vemos correr a un niño detrás de una paloma o, sí, cuando lo vemos sufrir en un hospital. Sí. Hay dolor. Pero hay esperanza porque va a ser un nuevo hijo de Dios y Dios ama a sus hijos con un amor tan grande, tan grande… Bueno, los niños son la alegría de Dios.